22.12.06

¡Feliz Navidad bibliotecaria!


En el portal de Belén
ha entrado un bibliotecario
y a todos los que allí había
los ha alfabetizado...

Ande, ande ande,
la marimorena,
en la biblioteca
siempre hay cosas buenas.

¡Feliz Navidad a todos, desde un punto situado -si Google Earth no miente- en los 4º 00' 45'' de longitud O y 40º 32' 33'' de latitud N!

20.12.06

Library Marketing for Dummies I: Fijemos los conceptos

Lo prometido es deuda; voy a ir publicando, cual folletín decimonónico, los apuntes que tomé para un nonato curso de mercadotecnia para bibliotecas públicas que mi compañero Julio Macías y yo íbamos a haber dado en Valencia. Realmente es una recopilación informativa hecha a partir de una serie de artículos cuya referencia bibliográfica publicaré al final de la serie. No voy a descubrir las sopas de ajo con lo que sigue, pero si alguien lo lee y le puede servir de algo me alegraré bastante. He de advertir que lo escribí como guión de un curso y no como un artículo que se pudiera publicar, por lo que no me corté un pelo al copiar casi literalmente párrafos enteros de los artículos que consulté; intentaré utilizar palabras más llanas, más "mías", pero si aparecen esos "plagios" pido disculpas: no son tales.

A pesar del humorístico título, hablaré siempre de "mercadotecnia" y no de márketing. Aunque esta segunda palabra aparece en el Diccionario de la Real Academia, prefiero seguir la recomendación de esa misma obra de referencia y utilizar el otro término, quizá menos empleado, pero no tan chirriante para mis oídos de purista de la lengua castellana.

Todos hemos oído hablar de la mercadotecnia. El estudio de los mercados es una táctica fundamental para que las empresas comerciales funcionen. Existe, pues, desde que se inventó el comercio, aunque no haya sido fijada como disciplina económica hasta principios del siglo XX.

La mercadotecnia se mueve alrededor de las relaciones establecidas entre alguien que ofrece algo (un proveedor) y alguien que lo consume (cliente). Si no hay cliente que consuma, ningún proveedor puede producir nada.

La mercadotecnia se ha aplicado a las bibliotecas, y ya hay quien se ha encargado de definirla en ese contexto (Blaise Cronin):

Por lo que se refiere a las bibliotecas, mercadotecnia significa el intento de maximizar la satisfacción del usuario. Esto puede llevar a incrementar el uso (tal y como éste se entiende siempre), pero no es ésta siempre la manera más importante de ver las cosas.

Hasta aquí nada nuevo, nada extraño. Sin embargo, la aplicación de la mercadotecnia a los servicios públicos es algo que ha entrado recientemente en España y que no termina de ser polémico. Para algunos, se puede trasladar sin problemas el modo de gestión empresarial a los servicios públicos. Para otros (entre los que me cuento), dado que la máxima de la gestión empresarial es la rentabilidad económica, es muy difícil una adaptación directa a entidades que no han de tener ánimo de lucro.

Como no podía ser de otra manera, se puede encontrar el origen de todo esto en Estados Unidos, a finales de los, años 70 del siglo XX. Sin embargo, hasta que estalló la crisis del petróleo (1973) y, posteriormente, durante la era Reagan (1981-89), con el triunfo del neoliberalismo como doctrina económica, no se empezaron a aplicar técnicas empresariales a la gestión de bibliotecas. Uno de los principios que rigen esas técnicas es la orientación hacia el mercado.

Partiendo de estos supuestos, el paralelismo entre las empresas comerciales y las bibliotecas podría ser más o menos así:

  • Una empresa ofrece un producto a un consumidor. Una biblioteca ofrece un servicio para que alguien lo utilice. En ambos casos hay que conocer las expectativas de aquellos a los que van destinados el producto y el servicio.
  • Una empresa ha de atraer nuevos clientes. Una biblioteca ha de conseguir que nuevos usuarios las utilicen. Aquí se señala el concepto de "competencia", que a mi juicio es el menos afortunado cuando se hace una mera aplicación directa de la mercadotecnia. El problema está en discernir con quién han de competir las bibliotecas por esos usuarios.
  • Una empresa ha de conseguir que sus clientes no le den la espalda. Una biblioteca ha de conseguir que los usuarios no la abandonen.

(Continuará)

11.12.06

Formación de usuarios: mercadotecnia pedestre


Aunque hoy en día utilizamos más la cuarta acepción de "pedestre" (esto es, "llano, vulgar, inculto, bajo"), yo rescato la primera y la segunda ("que anda a pie", "que se hace a pie") para referime a la forma de promocionar un tipo de formación de usuarios que me parece la que más futuro tiene (la llamada "formación a la carta") que tuvimos mi compañero Julio Macías y yo hace algunos años.

Fue concretamente en 2001, cuando yo trabajaba en la Escuela Politécnica Superior de la Universidad Carlos III de Madrid, en Leganés. Por entonces ya nos planteamos alguna forma de potenciar la formación de usuarios especializada, siempre tan alicaída. Mi compañero Julio, que de formación de usuarios (y de todo tipo de formación) sabe bastante, tuvo la idea de ofrecer a los directores de doctorado un guión básico que ellos se encargarían de rellenar con los contenidos que fuesen los más adecuados para los alumnos de esos programas. Para ello se envió a todos los directores un correo ofreciendo el curso y pidiendo una cita personal para explicarlo de una manera más cercana.

No todos contestaron a la primera. Algunos, tras nuestra insistencia, dieron señales de vida. Otros no se dignaron contestarnos, ni siquiera para llamarnos "pesados". Tras esta primera fase "electrónica" llegó la fase "pedestre" y hete aquí a los dos coordinadores de Atención a Usuarios, cual vendedores de enciclopedias, acudiendo a los despachos de estos profesores a "vender su producto".

En algún caso el profesor mostró interés y nos agradeció el esfuerzo, pero el programa tenía tan pocos alumnos que no merecía la pena (pero al menos pudimos probar un excelente licor de café casero elaborado por la madre de nuestro amigo el profesor y que amablemente nos ofreció). Otros aceptaron, sin más y el curso se realizó posteriormente, pero hubo uno que se lo tomó tan en serio que nos pidió que expidiésemos un certificado de asistencia a los alumnos que él luego les iba a exigir para matricularse en el doctorado. (Nihil novus sub sole).

Fue una experiencia buena, para mí una muestra clara de que no es necesario cambiar nombres ni hacer llamamientos dramáticos o declaraciones grandilocuentes, sino saber promocionar bien la formación, aunque sea de forma "pedestre".

28.11.06

Los problemas de la formación de usuarios


Más que clara ya mi postura como “alfinescéptico” (para mí, lo de la “alfabetización en información” no es más que un cambio de nombre, una operación cosmética que es una dramática llamada a la sociedad para que deje de ignorar nuestra existencia) y dado que me gusta ir a lo práctico (y aquello me parece que no ha pasado de lo teórico, leed este mensaje que publicó en Iwetel Víctor Quintanar García, que lo expresa mucho mejor que yo), quisiera analizar los problemas que padece la formación de usuarios, o al menos los problemas que yo he podido ver como testigo privilegiado tras doce cursos académicos dando formación de usuarios de todo tipo.

¿Por qué cuando organizamos un curso determinado muchas veces no acude nadie? ¿Es poco interesante el curso? ¿Somos malos formadores? ¿Aburrimos a las ovejas? No lo creo. Cierto es que las capacidades de comunicación de unos y otros son diferentes, pero cuando uno acude a un curso de formación de usuarios no creo que espere una actuación de “El club de la comedia”. A la pregunta de si es poco interesante el curso parece lógico responder que no, pero... ¿Acaso hemos pensado seriamente si ese u otro curso interesarán de verdad a nuestros usuarios? O, aún peor, ¿nos hemos parado a pensar si los usuarios a quienes estamos ofreciendo el curso sabían si existía o no la base de datos cuyo funcionamiento les queremos mostrar? Esta última pregunta contiene el que para mí es el meollo de la cuestión: el problema fundamental de la formación de usuarios es la falta de promoción de los servicios que ofrece la biblioteca, que además es un problema que no sólo afecta a la formación de usuarios, sino en general al concepto que de la biblioteca se tiene fuera de ella.

¿Hay que reaccionar ante esto cambiándonos de nombre y considerando analfabetos en información a todos los ciudadanos para hacernos valer? No lo creo. (Y menos cuando ocurren cosas como ésta, que para algunos de nosotros parecen no existir aun cuando demuestran a las claras que muchos pretenden comenzar la casa por el tejado). Hace falta mucha promoción, mucha mercadotecnia. Si alguien no sabe qué diantres es Inspec, Web of Knowledge, ABI-Inform, Aranzadi, difícilmente podremos ofrecerle un curso para aprender a manejarlos. Primero tendrá que saber que la biblioteca es más que un repositorio de apuntófagos, que ya no tenemos armaritos con fichas de cartón para saber dónde están los libros y que no todos somos señoras mal encaradas de 55 años con moño, gafas de pasta, rebeca y falda gris por debajo de la rodilla. Promoción, promoción y promoción. Mercadotecnia. Sirva esto como introducción para futuros mensajes, donde quiero hablar de esto. Para que veáis que soy capaz de otras cosas además de meterme con lo habitual y de criticar el neoliberalismo. Hablaré de experiencias propias de mercadotecnia tipo “vendedor de enciclopedias” y me aprovecharé de unos densos apuntes que recopilé para un curso que iba a dar en Valencia hace algunos años y que al final no pudo ser (¡la burocracia!) cuando ya teníamos billete de tren y habitación de hotel. Continuará...

22.11.06

Soy un anticuado...

(Foto "prestada" del espacio Flickr de mi compañero de fatigas Odd Librarian)
Sí, soy un anticuado. Aunque lleve navegando por Internet desde 1993, aunque desde ese mismo año esté trabajando en una biblioteca automatizada, aunque sea suscriptor de Iwetel desde 1995, aunque tenga cuatro bitácoras activas (¡¡el Web 2.0!!), aunque esté a cargo de algunos de los medios tecnológicos más punteros de mi biblioteca, soy un anticuado. ¿Por qué?
Razón 1: soy y seré un bibliotecario que trabaja en una biblioteca
Y, por lo tanto, ni soy ni seré (con todos mis respetos para quien sí quiera o desee serlo) un "alfinero" (luego voy con ello, paciencia) ni trabajo ni trabajaré en un "CRAI". ¿Quiere decir esto que soy el espíritu de la contradicción como me decía mi abuelita? No. Con lo del "alfinerismo" iré luego, pero ahora me quedo en lo de bibliotecario y biblioteca disfrazada tras las siglas CRAI. Tras la revelación que para mí supuso el artículo de Stephen Foster del que hablé en la anterior entrada, me encontré con otro que más o menos va en la misma línea (y no he hecho más que empezar a buscar), firmado esta vez por David Isaacson (bibliotecario de la Western Michigan University) y que se titula Hablemos de bibliotecas, no de "alfabetización en información" (por si alguien lo quiere consultar, he aquí su referencia: Isaacson, D. "Let's Talk Libraries, Not 'Information Literacy'" Library Journal, 2003, vol. 128, núm. 19, p. 42). Varias frases entresacaré de ese interesante (y reciente) texto, la primera de las cuales es:
Sé que muchos bibliotecarios quieren llamarse a sí mismos cualquier cosa menos bibliotecarios
Y yo digo ¿por qué? Hace tiempo publiqué un artículo en el que reflexionaba sobre la "crisis de identidad" que nos afectaba y nos sigue afectando. Una crisis que nos lleva a cambiarnos el nombre para que no nos relacionen con el pasado. Ya no tenemos bibliotecas universitarias, tenemos CRAI (o eso pretendemos, más adelante hablaré de esto), ya no formamos a los usuarios, los alfabetizamos. Todo como consecuencia de, en palabras de Foster:
... el hecho de ser olvidados por el Sistema, un esfuerzo para negar la posición auxiliar de las bibliotecas inventando un mal social contra el cual los bibliotecarios, como “profesionales de la información”, son los únicos cualificados para luchar.
Como yo creo que nuestra lucha ha de ir en otro sentido (¡comunicación, promoción!), me niego a cambiarme el nombre y a cambiar el nombre de lo que hago. Por otra parte, un estudio detallado de lo que se propone dentro del modelo CRAI (como modelo sí que me parece estupendo, como simple cambio de nombre, no) comparándolo con lo que, por ejemplo, ahora mismo ofrece la biblioteca en que yo trabajo, me hace ver que la inmensa mayoría de lo propuesto ya lo cumplimos. Se nos dice que estas adaptaciones responden al presumible "cambio de paradigma en la enseñanza" que supone el llamado Espacio Europeo de Educación Superior, pero de esto hablaré un poquitín más adelante.
Razón 2: como creo que mis usuarios no son analfabetos, no sé por qué tengo que alfabetizarlos además de formarlos
Siempre me ha parecido en exceso agresivo eso de la "alfabetización". ¿Acaso tenemos que considerar analfabetos a todos nuestros usuarios? En algunos casos me parece que esa es la idea y por supuesto no la comparto. ¿Se puede considerar que todo el que no ha pasado por un supuesto programa de "alfabetización en información" es un analfabeto, que no cumple las premisas que determinadas organizaciones han propuesto para considerar lo contrario? De todos modos, antes de empezar la casa por el tejado, tal vez habría sido necesario estudiar el grado de "alfabetización en información" existente en la actualidad. ¿Alguien se ha molestado en hacerlo? (Sé que en este punto habrá quien piense en la llamada "brecha o fractura digital", pero eso no es más que la constatación de un problema socioeconómico real, no un estudio de la alfabetización digital o en información) ¿Alguien ha definido un método normalizado, preciso, exacto y repetible -como ha de ser en todo método que quiera ser medianamente científico- para determinar el grado de analfabetismo en información que padecen nuestras poblaciones? Y después, ¿alguien ha pensado en un método normalizado, preciso, exacto y repetible para deteminar el grado el alfabetización conseguido después del paso por los supuestos programas? Porque lo que no me vale es por un lado decir que, por ejemplo, los alumnos de cierta universidad no saben dónde buscar información (¿es un problema de "analfabetismo" o de mala promoción de los servicios bibliotecarios?) como "prueba" de que es necesaria esa alfabetización o que durante X años han pasado tropecientos y pico usuarios por los supestos programas como "prueba" de que esa población pasa a estar alfabetizada. Y cuando digo "supuestos" para referirme a los programas no es que dude de su existencia, simplemente es que me parece que no son sino los programas de formación de usuarios de toda la vida adaptados a la tecnología actual, pero con otro nombre, más "mesiánico", más "sexy", más "presentable" al mundo no bibliotecario. En palabras de Isaacson:
Yo quiero hablar a la gente sobre la utilización de las bibliotecas (...) Me importa un bledo si están alfabetizados en información o no.
Por tanto seguiré trabajando en la formación de usuarios para hacerla cada vez mejor y más eficaz, para lograr que los usuarios consigan saber dónde buscar y me dejaré de milongas sobre "aprender a aprender" y sobre si el uso que hagan esas personas de la información será bueno o malo o servirá para "generar conocimiento". Ése no es mi negocio.
Razón 3: albergo serias e inquientantes dudas sobre lo que se nos viene encima
Y me refiero a "lo de Bolonia". No me voy a meter en consideraciones sociopolíticas como la posible entrega de la universidad a la empresa privada y a que sea el mercado de trabajo el único eje de su funcionamiento. Me refiero al tan nombrado "cambio de paradigma" en la enseñanza: de la actual transmisión de conocimientos al "aprendizaje casi autónomo". Se habla de que en los créditos constarán las "horas de trabajo personal" de los alumnos. ¿Cómo se van a medir? ¿Van a hacer fichar a los alumnos cuando entren y salgan de la biblioteca? ¿Nos van a poner a los bibliotecarios a controlarlo? Y el estudio en su casa ¿cómo se va a medir? Demasiadas preguntas con difícil respuesta. Pero la que últimamente yo me hago mucho es otra: ¿realmente ese cambio de "paradigma" es un progreso, una ventaja? Creo que todo el mundo está de acuerdo en que hay que reformar la manera de enseñar, que la clase magistral y los apuntes tienen que quedar atrás como única forma de transmitir el saber pero, ¿como reacción hay que dejar que el alumno "se busque la vida" con el profesorado quedando en mero "asesor"? Hago mía la opinión del colectivo "Profesores por el conocimiento":
Sin que nadie cuestione la necesaria proyección profesional de los estudios universitarios, cabe preguntarse a quién beneficia tan completa subordinación de la enseñanza superior a las exigencias del mercado laboral y si la generación, preservación y transmisión de valores cognitivos que tradicionalmente ha caracterizado a la universidad, primero, no es la forma de servicio a la sociedad propia de esta institución y, segundo, a qué razones obedece el hecho de que ahora dicha transmisión se presente en abierta oposición al ejercicio profesional como si ambas cosas resultaran incompatibles.
Si la universidad ya no debe transmitir conocimiento, el profesor deja de ser un docente, para convertirse en un consejero, un motivador, un orientador, un compañero, e incluso un colega. El profesor ya no es el responsable de la estructuración del proceso de aprendizaje, y sí en cambio se le atribuye un papel coadyuvante en la adquisición de las diferentes destrezas instrumentales, interpersonales y sistémicas, entre las cuales se incluyen la “capacidad de expresar las propias emociones”, la “capacidad de liderazgo”, “motivación de logro”, “apreciación de la multiculturalidad”. En este sentido se comprende la casi completa sustitución de las clases magistrales por tutorías orientadas a facilitar “el uso de competencias y destrezas”.
Creo que está meridianamente claro. Basta por hoy.

16.11.06

Mi héroe bibliotecario

El señor de la foto es Stephen Foster, bibliotecario en la Wright State University de Ohio. Acabo de leer un artículo suyo, publicado el año 1993 en la revista American Libraries (Vol. 24, nº 4, p. 344) que coincide punto por punto con mi forma de pensar sobre uno de los asuntos más de moda hoy en día en nuestro mundillo. Creo que es muy interesante, más que nada para acabar con la monotonía del discurso de valores dominante. Habrá quien diga que desde 1993 hasta la actualidad han pasado muchas cosas en el mundo de las bibliotecas y la información. Les contestaré con una pregunta: ¿a qué alturas temporales estamos en España con respecto a Estados Unidos? ¡Ojalá estuviéramos ahora, en 2006, como ellos en 1993! Además, por si acaso, recomiendo que se mire cuál es el primero de los enlaces que aparecen en esta bitácora en el epígrafe "Biblogsfera": uno quiere ser equitativo.

Yo había traducido el artículo y lo había colgado aquí, pero luego me he dado cuenta de que se trata de una obra derivada y todo eso y para no tener problemas con los derechos de copia y demás, me limito a dar la referencia bibliográfica. Como imagino que todos los que trabajamos en esto estamos muy "alfabetizados en información", no creo que tengamos mucho problema en localizarlo...: Foster, S. "Information Literacy: Some Misgivings" American Libraries, 1993, vol. 24, núm. 4, p. 344. Leedlo, leedlo.

10.11.06

Pensemos...


...que es muy sano.

Hay en el seno de la Universidad española un grupo de profesores e investigadores que ven con bastante preocupación lo que se nos viene encima. Yo coincido con ellos en ese temor, que no es otro que la mercantilización de la universidad para servir exclusivamente a los intereses del mercado de trabajo. Quizá haya quien diga que esta afirmación es muy radical. Si piensan así, les invito a leer en este artículo las opiniones de Justo Nieto, antiguo rector de la Universidad Politécnica de Valencia y actual Consejero de Empresa, Universidad y Ciencia (¡ojo al nombre de la Consejería!) de la Generalidad Valenciana. Entresaco algunas frases:

«Formación a la carta», «Transcompromiso entre la Universidad y la Empresa» y un Ministerio de Educación y Ciencia que se limite a coordinar a las universidades y buscar oportunidades conjuntas para ellas son algunas de las piedras de toque de su discurso, en el que no falta una crítica abierta al proceso de Bolonia: «Se ha quedado obsoleto», afirma. De los rectores dice que «se convierten a menudo en guardianes de esencias, arcanos y privilegios».

P.— Todavía hay muchos que tiemblan cuando se habla de simbiosis entre la Universidad pública y la Empresa privada.
R.— Sí, esos recelos existen en los dos sentidos aunque, afortunadamente, cada vez son más los que apuestan por esa relación Universidad-sociedad. Otra cosa es cómo se puede materializar, y yo estoy convencido de que sólo existe una forma posible: el transcompromiso.
P.— ¿En qué consiste?
R.— En que la Universidad, la Empresa y la Ciencia sean un solo elemento, cada uno de ellos impregnado de la filosofía del resto y más allá de una buena relación de vecindad. Un ejemplo de esto sería la formación a la carta que nosotros perseguimos: que un bufete de abogados pueda reclamar a una universidad licenciados con 50 horas en Derecho Comunitario, formados por un prestigioso jurista...


Creo que está muy claro: "sociedad" se hace equivalente a "empresa" y se ve con buenos ojos que sean las empresas las que diseñen el modo de preparar a los futuros titulados, en función de sus propias necesidades.

Por otra parte, está el cambio de paradigma educativo: se elimina el concepto de "transmisión de conocimientos" por el de "aprendizaje". Creo que es muy útil leer lo que opina un grupo de profesores de la Universidad Complutense de Madrid sobre éste y otros aspectos de la Convergencia Europea. El documento no tiene desperdicio. Lo dicho: pensemos.

6.11.06

(Re)definiendo el libro

Carmen Calvo, ministra de Cultura

Curiosamente, hace más o menos de un mes hablé por aquí sobre la redefinición del concepto de libro y su actualización, aunque más bien fuese para defenderlo como vehículo de cultura ante quienes pudieran considerarlo como una reliquia del pasado innecesaria ante los vertiginosos avances tecnológicos. Pues bien, en el último Consejo de Ministros el Gobierno aprobó el proyecto de Ley de la Lectura, el Libro y las Bibliotecas, donde precisamente una de las cosas que pretenden hacer es redefinir el concepto de libro para ampliarlo, no para declararlo obsoleto. En la nota de prensa del Ministerio de Cultura donde se anuncia esta aprobación se indica que la definición de libro que se propondrá es:

Se entiende por libro la obra científica, literaria o de cualquier otra índole que constituye una publicación unitaria editada en uno o varios volúmenes y que puede aparecer impresa o en cualquier otro soporte susceptible de lectura. En esta definición quedan incluidos los materiales complementarios de carácter impreso, visual, audiovisual o sonoro que sean editados conjuntamente con el libro y que participen del carácter unitario del mismo, así como cualquier otra manifestación editorial.

Habrá que estar atentos al texto y a las modificaciones que sufra en las Cortes, pero al menos esta definición no me parece mala: es lo suficientemente ambigua como para abarcar todas las formas en que puede presentarse la información y no trata el tradicional libro en papel como un trapo viejo. Ya veremos.

¡¡Por fin...

...una aplicación práctica y, sobre todo, "evaluable"!!

2.11.06

Declaración de principios


Concedo que es extraño plantear una “declaración de principios” tras año y pico de publicación de una bitácora, pero es que hasta este momento no había pensado que fuese necesario.

Sin embargo, lo es. Lo es porque no quiero que se malinterprete lo que aquí se escribe. Una bitácora personal, como ésta, es la voz de cada cual, es el medio que utiliza para decir lo que piensa en uso de uno de sus derechos fundamentales: la libertad de expresión. En una sociedad democrática, su único límite ha de ser el respeto a la legalidad. Algo tan de perogrullo como no injuriar, no calumniar, no vulnerar el derecho al honor y a la propia imagen de los demás, etc. Criticar las ideas de otros no estimo que se encuentre entre los delitos antes mencionados. Y creo que hay un derecho que todos debemos aceptar sin excepción: el derecho a equivocarse. Yo nunca planteo mis ideas como la verdad absoluta y acepto que puedo estar siempre equivocado.

El método científico ha de excluir necesariamente los dogmas. Quiere esto decir que cualquier teoría que se plantee se puede someter a críticas en tanto en cuanto no se demuestre que es una ley inmutable de la naturaleza. Es decir, que E=mc2 por mucho que yo me empeñe en otra cosa. Sin embargo, otras propuestas, que por mucha aceptación que tengan nunca podrán tener la categoría de las universales leyes de la física o la matemática, han de ser conscientes de que pueden ser sometidas a críticas, incluso a oposición, sin que ello suponga ni menosprecio a quienes las sustentan y abrazan con entusiasmo ni su negación tajante, de no ser que, como digo, se nos quieran presentar como dogmas intocables (algo que para mí, quizás a causa de mi formación científica, me parece rechazable de plano).

Es por ello que podría resultar paradójico que una teoría que plantea precisamente esfuerzos para que los ciudadanos puedan utilizar la información de manera crítica no admitiera críticas sobre ella misma. Este “si no estás conmigo estás contra mí y si te opones a lo que yo pienso eres un radical” es un mal de hoy en día, propiciado por esa falaz teoría de la muerte de las ideologías, del triunfo de un “pensamiento único” que no admite que haya muchas formas válidas de afrontar los problemas: sólo hay una, una “gran unificación” que se encuentra por encima de toda ideología.

Yo, por suerte o por desgracia, sí que tengo ideología y no me considero precisamente un radical. No me gusta la idea neoliberal de que todo servicio público ha de justificar siempre su existencia para no cargar con impuestos a los ciudadanos (lo cual no implica necesariamente que quiera acabar con la economía de mercado). Y menos que en ningún campo, en el mío. Las bibliotecas, sean del tipo que sean, jamás habrán de buscar la rentabilidad económica, sino la social. Sé que esto parece pasado de moda y que muchos dicen que lo más importante es gestionar bien lo público aplicando las técnicas de la empresa privada. Yo no lo niego, pero no creo que el superávit económico deba estar entre nuestros principales objetivos.

Sin embargo, la idea de la “justificación a ultranza” se ha impuesto y quizá ahí esté el origen de mis críticas a determinados conceptos que no veo muy claros. Creo apreciar que nos estamos inventando muchas cosas para hacer ver a los políticos –los que manejan los cada vez más escasos fondos- lo necesarios que somos.

Yo, modestia aparte, no me considero un mal profesional y sé que voy a tener que aplicar en mi trabajo ideas y conceptos con los que no estoy muy de acuerdo. Pero precisamente porque creo que no soy un mal profesional, lo haré lo mejor que sé, más que nada porque no me gusta hacer un trabajo mal hecho y soy mi crítico más feroz. Además, no me van a mandar a degollar niños, no son cosas que estén en contra de mis principios morales. Sin embargo, mis ideas seguirán siendo las mismas y, dentro de la legalidad y con el máximo respeto a sus defensores, continuaré criticando (y utilizando la ironía, que me parece la forma más inteligente de hacerlo) los aspectos que me parecen dignos de ello: tengo derecho a equivocarme.

6.10.06

Entre todos lo mataron y él nunca se murió


Siempre he contemplado la sociedad en que vivo, la española, como muy maniquea. O estás conmigo o estás contra mí. Quiere esto decir que muchas veces las cosas se hacen o se piensan "contra" algo (y no me refiero a esa memez idiomática que a veces perpetran los informáticos cuando buscan "contra" una base de datos).

Leo en Iwetel y en la bitácora de Francisco Tosete (Tentándole) que las nuevas tecnologías que van a pemitir el uso de equipos más pequeños y manejables y conexiones vertiginosas a la Red hacen necesario "redefinir el concepto de libro". No tengo nada que objetar a lo dicho allí, salvo a un párrafo que no me resisto a citar:

¿Tiene sentido seguir manteniendo hoy día el limitado concepto de libro que tenemos como una unidad finita, física, cerrada, de práctica o nula interactividad, no participativo ni colaborativo, o deberíamos comenzar a cambiarlo en los manuales y comenzar a pensar en términos de lo que ofrecen las nuevas plataformas y tecnologías?

Lo más probable es que no haya entendido bien el párrafo o que lo esté sacando de contexto, pero, ¿realmente un libro es una cosa tan fea y tan mala? En el mismo texto se cita a Nicholas Negroponte y su libro El mundo digital, que leí hace bastante tiempo y del que me llamaron la atención dos cosas. Una, que el autor se confesase como "disléxico" (es como si un tartamudo fuese a dar un curso práctico de elocuencia) y otra que, para defender o augurar la muerte de los libros (= átomos) como "inevitable" consecuencia del auge de los "bits" (= los medios electrónicos de almacenamiento informativo) escribiese precisamente un libro. ¡Oh, paradoja de las paradojas!

Dicho esto, invoco el primer párrafo de este texto, del que supongo que alguien habrá pensado "¿y eso del maniqueísmo a qué viene?". Lo invoco porque no creo que para lisonjear las nuevas posibilidades que nos ofrece la tecnología haya que tratar al libro como un trapo. Yo sólo tengo clara una cosa: la tecnología es buena y necesaria, pero tiene sus inconvenientes. ¿Estos magníficos sistemas de almacenamiento servirán igual dentro de 50 ó 100 años? ¿O deberemos cambiar de tecnología como de camisa porque cuando algo se queda obsoleto pasa a ser inservible? (¡Ah, la "incompatibilidad tecnológica"! ¡Oh, la economía de mercado!) Sin embargo, osaría profetizar que el libro que ayer salió de la imprenta seguirá siendo igual de válido como medio de transmisión cultural dentro de 50 ó 100 años. Por muy "finito, físico, cerrado, de práctica o nula interactividad, no participativo ni colaborativo" que sea. Señores maniqueos, no me llamen ludita.


3.10.06

"Biblogsfera"

No suelo escribir dos mensajes en un día (la irregularidad es uno de mis muchos defectos como "escritor de bitácoras"), pero hoy la cosa se presta a ello. He sabido que se ha publicado un artículo que firma Mariela Ferrada y en el que se ocupa de la comunidad de autores de bitácoras sobre bibliotecas y documentación en la red, la llamada "bibliogsfera" (o "blogosfera", "biblioblogsfera", etc...) Hay que comentarlo, pues. En mi caso, solo puedo entonar una especie de mea culpa, porque aunque hace tiempo que formo parte del grupo Biblogsfera, voy bastante a mi aire. En mi descargo diré que muchas veces estimo que las cosas que a mí me interesan (que no voy a enumerar porque se pueden leer en los casi 60 textos que forman esta bitácora) a muchos otros les parecen de poca importancia (tengo el síndrome de "voz que grita en el desierto"). Pero lo que no tiene perdón es el no haber ni siquiera enlazado algunas otras bitácoras, como una mínima etiqueta de "biblogsférico" exige. Esto lo he empezado a subsanar hace pocos días y espero seguir con ello. Un saludo a mis colegas "biblogsféricos", me propongo haceros más caso desde ahora y ocuparme más de la "biblogsfera" como comunidad de la que pueden salir experiencias muy útiles (ahora, que tendréis que seguir aguantando a Mario, Maribel, al reciente Fray Eulogio y mis diatribas contra el neoliberalismo y el papanatismo idiomático...)

6.9.06

La realidad (casi) siempre supera la ficción



Últimamente están dominando esta bitácora ciertas veleidades "literarias" que he dado en llamar "ficción bibliotecaria". Siguiendo en esa línea, vamos a contar un cuento.

Había una vez, en una Comunidad Autónoma muy lejana, una presidenta enemiga declarada de personalismos pero que gustaba bastante de dar la nota. Acérrima defensora de la cultura, se declaró en su día fiel seguidora de la insigne escritora portuguesa Sara Mago, ganadora del premio Nobel; también mostró su admiración por la triste y prematuramente desaparecida poetisa Dulce Chacón (fallecida el 8 de diciembre de 2003) preguntando hace pocos meses a su madre si la hija se hallaba en Cuba.

Esta presidenta, tan culta ella, visitó cierto barrio del sur de la capital hace aproximadamente año y medio. Fue recibida por las protestas de los vecinos, que no querían que se cumpliese la amenaza de cierre que se cernía sobre su biblioteca pública. "Soy la más interesada en que no se cierre", dijo sin dudar, mientras lanzaba una autoritaria mirada sobre el concejal responsable del distrito. Éste hizo de político y se limitó a responder con palabras vacuas el requerimiento de su superiora. A ella no le pareció suficiente y llegó a dar su teléfono a los interesados para que la llamasen si la biblioteca llegaba a cerrarse.

Ayer mismo la situación de esa biblioteca era... que ya no era una biblioteca. Libros y personal habían desaparecido hace tiempo; sólo se abría una sala de estudio; una vez a la semana y durante una hora (de 11 a 12 de la mañana) llegaba un bibliobús para que los ciudadanos pudieran llevarse algún libro en préstamo.

Y no se le ocurrió otra cosa a la presidenta de nuestro cuento que volver a ese mismo barrio, pero a visitar las cercanas obras del metro. Un grupo de vecinos se aproximaron para afearle el notorio incumplimiento, lo cual picó de veras a nuestra heroína, que se dirigió con gran confianza a una ciudadana que la increpaba: "¿A que no tienes narices a venir conmigo? Vamos a ver si están los libros." Y, ni corta ni perezosa, abandonó el plan establecido y se dirigió al centro cultural donde supuestamente estaba la biblioteca. Una vez allí, la ciudadana en cuestión emplazó a la presidenta para que se llevase en préstamo alguno de los inexistentes libros de aquella calurosa sala de estudio. Y aunque nuestra heroína contestó "protesta menos y mira más" fue incapaz de encontrar documento alguno por allí. Mas como los políticos siempre tienen salida para todo, al final pretendió tener la razón: "Yo lo que prometí es que seguiría abierta", añadiendo además que si ella fuese una usuaria de "aquello" lo que realmente pediría es que se instalase aire acondicionado. Finalmente tuvo que ser el concejal quien reconociese que esa sala de estudio no cumplía con las premisas de lo que debe ser una biblioteca. Y dio la solución: "dentro de nada vamos a empezar a construir una gran biblioteca que va a costar 79 millones de euros."

Pues bien, si esta historia fuese real, me daría la razón en muchas de las cosas que pienso y que en ocasiones me hacen sentir como "voz que grita en el desierto": los políticos no tienen ni idea de para lo que sirve una biblioteca y sólo se ocupan de ellas cuando pueden sacar algún tipo de rentabilidad política. Es más importante la prolongación de horarios que la presencia de personal cualificado o incluso de libros. Es más importante el aire acondicionado que el servicio de préstamo, que cualesquiera de los otros servicios que ha de prestar la biblioteca (excepto, claro está, el de lectura en sala, que es el único que conocen).

Lo dicho, la realidad siempre supera la ficción.

31.8.06

Maribel, la concejala y los horarios

La cara del director de la biblioteca era un poema. Hay quien dice que la labor principal de un director de biblioteca municipal es saber lidiar con los políticos y salir con las menores cornadas posibles. Esta vez parecía que el director tenía algo más que un pitonazo...

¿Qué había ocurrido? Maribel sabía que la concejala de cultura del ayuntamiento no ocupaba el cargo precisamente por ser una gran gestora, por haberse dedicado de forma notoria a favorecer la cultura en el municipio... La pobre mujer se había quedado sin trabajo y, al ser una militante del partido en el gobierno con bastantes buenos contactos hubo que buscarle una canonjía.

La señora había debido de oir por ahí que las bibliotecas sirven fundamentalmente para que los jóvenes en edad de estudiar estuviesen recogiditos en épocas de exámenes para que no diesen la lata a sus padres y no formasen botellones en las plazas públicas. En definitiva, un medio para tener contenta a la gente e incluso para recoger votos. Esta buena mujer debía de haber visto en algún informativo de la televisión noticias en las que se hablaba de bibliotecas, alumnos y exámenes. Posiblemente había escuchado decir a aquellos devoradores de apuntes que en su casa no podían estudiar por culpa de "las ventanas", "mi hermano pequeño", "la tele" o "la nevera". Que preferían ir a la biblioteca porque como allí veían a mucha gente estudiando buscaban contagiarse de ese ambiente. Pocas referencias a libros, revistas u otros documentos que, casualmente, también suele haber en las bibliotecas. Así que la buena señora se dijo "¿y por qué no?"

Por eso, aquel día que Maribel la había visto entrar en el despacho de su jefe, ya se olía algo malo. "Ésta sólo viene aquí para darnos malas noticias". Que ya no había dinero para suscripciones (había que pagar el campo de fútbol), que querían endosarle la biblioteca a la Comunidad Autónoma...

-¿Qué es lo que pasa? -preguntó Maribel intrigada.
-Quiere que abramos hasta las 10 de la noche y los domingos.
-¿Cómo?
-Lo que oyes.
-¿Y, por qué?
-Porque estamos en época de exámenes y dice que es una demanda de los ciudadanos...

Maribel dejó marchar a su jefe, que sin duda tendría que empezar a hacer encaje de bolillos para poder cumplir con la voluntad de su responsable política; con escasez de personal y de medios tenía que asumir lo inasumible.

"Lo mejor de todo", pensaba Maribel, "es que esta señora quiere abrir hasta las esas horas y en esos días cuando la mayoría de nuestras bibliotecas, en cualquier época del año, abren sólo por la tarde..."

Menos mal que ya era la hora de irse a casa...

23.8.06

Nueva crónica del "todo incluido"

(Playa en el parque natural de las Dunas de Corralejo, Fuerteventura)

Quizá sea pretencioso hablar ya de "tradiciones" en esta bitácora, que apenas tiene un año de antigüedad; sin embargo calificaré de "tradicional" este mensaje sobre mis vacaciones que se sale por completo de lo que aquí se suele tratar.

He repetido Fuerteventura este año. No he querido volver al sur, a Jandía, pues son más de 100 los kilómetros que hay que hacer por carretera después de un de por sí fatigoso viaje en avión. Este año ha sido Corralejo, al norte, en el municipio de La Oliva, a poco más de media hora del aeropuerto. Otra vez la pulserita-etiqueta, de la que aún me queda la marca en el bronceado de mi muñeca, y otra vez lo mismo. Falta de pudor para enseñar michelines, celulitis varias, vello en la espalda... Tatuajes cada vez más feos (quisiera saber lo que dicen esas letras chinas o japonesas que parecen estar de moda; imagino que quienes las tatúan podrían hacer unas bromas estupendas con efectos en un posible viaje a China o Japón), extranjeros cada vez más raros... La novedad de este año ha sido el "aerobic". Me llamó la atención ver ese grupo de guiris, casi todas mujeres, casi todas entraditas en carnes, casi todas carentes de forma física, intentar copiar los movimientos que la joven y atlética animadora hacía sin parar subiéndose y bajándose a una plataforma. Mi pregunta era si en esos ocho o diez días estas damas pretendían ponerse en forma o perder todo aquello que habían acumulado de más durante once meses.

¡Qué maravilla de playa! Lástima que siempre estuviese yo ubicado en la única zona del parque natural donde se ha consentido la construcción de dos hoteles (los lunes tocaba protesta laboral, cencerros en mano, del personal; curiosamente su pancarta reivindicativa estaba escrita en alemán y sólo en alemán). Enormes dunas, mar esmeralda, viento siempre, las islas de Lobos y Lanzarote en el horizonte... Un paraíso.

¿Repetiré el "todo incluido"? No lo sé. Me empieza a aburrir un poco y mi ya de por sí deteriorada figura se resiente ante la incontenible hemorragia cervecera. Tal vez sea hora de pensar en otros destinos...
¡Ah! Y una curiosidad. Me he encontrado muchos camareros italianos. Me dijeron que allí les pagaban mejor que en su país y que la vida es mucho más barata... No todos los inmigrantes son iguales, por desgracia...

9.6.06

Mario y los extraños seres


Mario y su novia Maribel hablaban en ocasiones de la extraña fijación que tienen determinados personajes por las bibliotecas. Ya contará Maribel en su momento sus peripecias con esquizofrénicos y exhibicionistas. Mario había tenido que pechar también con individuos raros. Muchos de ellos eran inofensivos; por ejemplo, esos viejecillos que entraban tímidamente, casi pidiendo permiso, azuzados por la curiosidad de haber conocido el solar de la biblioteca como un melonar.

Un jovenzuelo sudoroso, de paso rápido y movimientos aviares, de lengua logorreica y mirada perdida, que al notar que le observaban con extrañeza soltaba una retahíla a toda velocidad:

-No me mires así, que yo soy un chico muy culto que no tiene antecedentes psiquiátricos ni policiales...

Un tipo siniestro, de gafas oscuras, que jamás miraba a la cara, con uñas pintadas de negro y que hablaba con Mario siempre situado como mínimo a tres metros del mostrador...

Un gigante sordomudo, barbado y alcohólico, que entraba a la biblioteca escoltado por un enorme perro para molestar a las estudiantes...

En definitiva, una variopinta fauna que al cabo de muchos años podía parecer hasta normal a fueza de contemplarla a menudo. Parecía, pues, que ya estaba todo visto y oído, pero...

Cruzó pausadamente, con chulería, los antihurtos. Tendría cerca de cincuenta años, moreno, con bigote, de tez tostada y piel con tatuajes. Miró de soslayo, con desprecio. Sin decir nada se dirigió a la sección de Referencia, donde se paseó con la misma actitud entre las estanterías. Al cabo de un buen rato se acercó al mostrador.

-Buenos días. Vamos a ver, ¿es que no tenéis un Código Penal?

-Verá... Es que en esta Escuela no se estudia Derecho, así que no es una obra que pueda servir para nuestros fines...

-A mí déjame de rollos, yo sólo te pregunto que por qué no tenéis un Código Penal.

-Ya le he dicho que...

-Bueno, pues le dices de mi parte al director de esta biblioteca que es un imbécil.

El individuo patibulario, posiblemente interesado en tal obra de referencia por ciertos antecedentes, giró hacia la salida; con su paso habitual anduvo un poco hasta que se paró, volvió a mirar a Mario y dijo, como añadiendo un epílogo a su discurso anterior:

-¡Y también un idiota!

Mario se soprendió de haberse sorprendido...

31.5.06

Alcaldadas y estudiantes de apuntes

La política tendría que ser una de las más nobles profesiones. Sin embargo su prestigio, al menos entre el pueblo llano, es mínimo. Casi todo el mundo considera que los políticos están ahí no para buscar el bien común, sino para llenar el saco todo lo que puedan y más. El reciente caso de Marbella es una de las muestras; precisamente es la política municipal la que en ese sentido es tal vez más miserable. Muchas corporaciones municipales están repletas de seres mediocres que si no fuesen concejales no serían nada y que han llegado allí más por clientelismo de partido que por méritos propios. Cómo será la cosa, que la palabra que en español designa las arbitrariedades de la autoridad es precisamente "alcaldada".

Si hablamos de bibliotecas, las municipales son muchas veces las parientes pobres (sí, ya sé que las bibliotecas escolares ni siquiera existen, pero eso da para otra entrada de la bitácora). Si bien hay ayuntamientos cuya gestión bibliotecaria se muestra como ejemplar (por desgracia son más excepciones que reglas), otros muchos despachan de mala manera el sistema bibliotecario que la ley les obliga a mantener (y que debían mantener y bien mantenido, no porque lo diga la ley, sino por ofrecer un buen e imprescindible servicio a los ciudadanos).

Ha llegado a mis castos oídos la última alcaldada. Hablamos de una localidad importante, que mantiene un sistema bibliotecario formado por una central y varias sucursales en barrios. La biblioteca central es la única que abre por la mañana y por la tarde, aunque cierra al mediodía. Las sucursales de los diversos barrios abren todas, excepto una, sólo por las tardes. Pues bien, el concejal responsable (que, como es natural, se preocupa más de las fiestas populares y del exitoso equipo de fútbol local) quiere que en época de exámenes se abran las bibliotecas hasta las 10 de la noche y los domingos. Tiene lógica, ¿verdad? Yo no podré ir a la biblioteca de mi barrio un martes a las 12 de la mañana (como no existen ni los jubilados, ni las amas de casa, ni las personas que trabajan en turno de tarde...), pero sí el domingo a las diez de la noche...

Ya estamos como siempre. Los políticos sólo se acuerdan de un tipo de usuarios de las bibliotecas, precisamente los peores usuarios, aquellos que pocos quieren tener: los histéricos estudiantes de apuntes. Parece que sólo ellos cuentan. Pero, claro, pensemos fríamente; no seamos ingenuos. ¿Cuáles son las únicas noticias que sobre las bibliotecas publican habitualmente los medios de comunicación? Las prolongaciones de horarios. Es como si fuese lo único importante que hacemos. La biblioteca de la universidad X abrirá 24 horas en época de exámenes. Y parece una buena noticia, pero no lo es.

¿Alguien se ha parado a pensar si las irracionales prolongaciones de horarios -sólo en época de exámenes, cuando hordas de "apunteros" medio desquiciados se pegarían con su padre por un sitio en una sala de lectura- sirven para otra cosa que para dar rentabilidad política a concejales o vicerrectores? En mi biblioteca, que no es municipal, se aplica la medida desde hace mucho tiempo y a mí me gustaría saber si ello ha redundado de forma significativa en la mejora de los resultados académicos. Me temo que no. La lógica me dice que estudiar a la una de la madrugada de un sábado o de un miércoles no parece la situación ideal. Lo dice la lógica y lo dicen los especialistas, que saben que el organismo tiene un reloj biológico que es el que dicta cuándo se rinde más y cuándo menos. La Naturaleza creó la noche y el sueño para descansar, para recuperar fuerzas, no precisamente para llevar a cabo en ellos el mayor esfuezo intelectual. Dicho en palabras llanas: estudiar de noche no es lógico y eso lo saben muchos estudiantes, posiblemente la mayoría de los que suelen sacar bien los estudios. Quizá sea por eso que nunca se han llenado las bibliotecas a esas horas: la demanda no justifica una medida que además de ilógica, es cara (porque es un despilfarro).

Siempre recuerdo la conversación que tuve con un alumno cuando mi biblioteca puso en marcha la ampliación de horarios:

-Ya me he enterado de que vais a abrir hasta la una de la madrugada, ¡qué bien!
Yo le contesté intentando exponer mis razones para oponerme a la medida, pero él me interrumpió diciendo:
-No, si yo no tengo la más mínima intención de venir, pero me parece bien.

Esa idea es la que deben de tener los políticos en la cabeza. Saben que nadie que sea medianamente racional irá a esas horas, pero también saben que a una gran mayoría les parecerá una decisión "acertada".

Y además, al final lo único que va a contar es esa noticia en la prensa. La biblioteca X prolongará sus horarios en época de exámenes. Y el concejal o el vicerrector quedarán como unos bienhechores de la sociedad aunque ni siquiera sepan para qué sirve una biblioteca.

17.5.06

Maribel y el Dúo Arqueológico



Maribel estudió Geografía e Historia y casi no tuvo tiempo de decidir su vocación, pues apenas salió de la facultad aprobó unas oposiciones de auxiliar de biblioteca en el Ayuntamiento de una ciudad cuyo nombre no es Teruel, precisamente; Maribel, bibliotecaria en Teruel, realmente no conoce -y ya le gustaría-, la capital del mudéjar, cabeza de una provincia que "existe". Realmente Teruel se refiere a un antiguo pueblo cercano a una gran capital, donde día a día tiene que luchar contra las alcaldadas (¡qué nombre más bien puesto!) de los políticos que deciden cómo ha de funcionar su biblioteca. Sus historias puede que se inspiren en hechos reales, ya sabemos que éstos siempre suelen superar a la ficción...

Los policías municipales sacaban al joven de la gabardina, lloroso; sólo le faltaba que su madre le hubiera llevado de una oreja. Bajaba las escaleras del altillo (donde unas usuarias habían advertido a Maribel lo que el individuo estaba haciendo bajo la gabardina) a trompicones, sin fuerzas por la vergüenza (que no por la culpa), mirando de reojo a la madre. En la puerta que conducía a las escaleras se cruzaron con el presidente del Grupo Arqueológico y de Costumbres Populares.

"¿Qué querrá éste?" se dijo Maribel. "Vaya cara que trae..."

-Buenas tardes -dijo el presidente
-Buenas tardes.
-Vengo a llevarme mis libros.
-¿Cómo dice?

Maribel recapituló. Sabía lo que pasaba; el presidente había donado y depositado bastantes libros relacionados con las actividades de su grupo en la biblioteca municipal y ahora los quería retirar. Maribel le dejó claro que los libros en depósito sí que se los podría llevar, pero las donaciones... ¡Santa Rita, Rita, Rita...!

¿Qué es lo que había ocurrido? El presidente era motivo de rechifla para Mario, el novio de Maribel, por lo pretencioso de las presentaciones y folletos de su Grupo. Hablaban de Asambleas de Socios, Consejos Directivos y demás y en realidad los únicos que hacían algo eran él y un amigo suyo. Por eso Mario les solía llamar el "Dúo Arqueológico" y casi le había pegado a Maribel el remoquete; tenía en ocasiones que hacer esfuerzos para no decirlo en presencia de los interesados.

Últimamente el grupo parecía tener poca actividad. Cada uno de sus dos miembros era simpatizante de un partido político diferente y ahora el grupo del amigo del presidente era el que gobernaba el Ayuntamiento. De esa manera, el amigo dedicaba menos tiempo al Dúo -perdon, Grupo- y el presidente día a día renegaba de la actividad política de los ediles en el poder.

El presidente, como ya sabemos, había donado y depositado muchos libros en la biblioteca municipal, a pesar de tener mucho sitio en su casa. Era soltero y vivía solo. Un día alguien le dijo que si su anciana madre viviera con él podría pedir que le hicieran un descuento en la factura telefónica. Él, a pesar de lo culto y leído que era, debió de creérselo y, raudo, se acercó al Ayuntamiento.

Allí pidió que le expidiesen un certificado según el cual su madre compartía vivienda con él. Lógicamente, los responsables del Ayuntamiento se negaron a cometer tal irregularidad. La duda que queda es si lo hicieron por su celo en el respeto a la ley o porque el solicitante no era de su cuerda política...

Y el presidente se enfadó y su reacción fue... La que conocemos. Política, ahorro y bibliotecas: mala cosa...

10.5.06

¡Qué mal hablamos! (y VI)


Llega con este mensaje el final de esta miniserie que dediqué en su día a lo mal que hablamos en este mundillo de las bibliotecas y la información. Supongo que el éxito que haya tenido hoy en día será igual de escaso que entonces y seguiremos destrozando la lengua española en nombre de la modelnidad y el pogreso. He aquí ese postrer mensaje, enviado a Iwetel el 6 de mayo de 1999:

Leer mucho sirve para detectar las prevaricaciones del lenguaje (Don Quijote dixit), muchas cometidas por mí, y de esa forma, cada día, viendo los propios errores, se aprende algo nuevo.

Nos movemos en un mundo en el que ha irrumpido con fuerza el uso de las llamadas “nuevas tecnologías” (algún día dejarán de ser nuevas, ¿no?) y que por lo tanto en muchas ocasiones requiere el uso de palabras que hasta ahora no existían. Los neologismos son, pues, útiles, necesarios y enriquecedores. Absurdo sería intentar traducir “byte” o “Internet” (¿“bitio”, “Interred”?). Ahora bien, otro caso diferente es al abuso, más que uso, de palabras extrañas o mal traducidas cuando ya disponemos en español del equivalente.

En inglés,
to save tiene muchas acepciones, nada menos que siete en el Webster. Una de ellas es “salvar”, pero entre las doce definiciones que da de este vocablo el Diccionario de la Real Academia, ninguna se refiere a “guardar o grabar los cambios hechos en un archivo informático”. La informática y los anglicismos y malas traducciones que utiliza han pasado al lenguaje bibliotecológico como un proceso inherente a la necesaria imbricación entre ambas ciencias. El que más y el que menos ha dicho alguna vez que ha “salvado en un archivo” tal o cual trabajo o registro. De la misma manera podríamos decir entonces que al final del mes hemos “salvado” tantas pesetillas o euros para el coche nuevo. A no ser que nuestra intención al decirlo sea dar una impresión de heroísmo al sacar a las pesetas de las garras de los grandes almacenes, los bares o los restaurantes-asadores de leña, nos debería parecer bastante ridículo “salvar” X pesetas, euros o dólares este mes. Entonces, ¿por qué no parece ridículo decir que he “salvado” este texto en un archivo? Sobre todo cuando, sin caer en el absurdo se puede comentar con toda naturalidad que “grabamos” o “guardamos” el archivo.

Otro palabro que aparece con profusión en tratados y manuales referidos a las bibliotecas y el arte de su gestión es “ratio”. La “ratio” alumnos/libros, la “ratio” lectores/puestos de lectura. ¿Qué pecado cometió la palabra “relación” (definición número 11 del Diccionario: “Resultado de comparar dos cantidades expresadas en números”) para haberla desterrado del lenguaje técnico bibliotecario? ¿Por qué se adopta el vocablo extranjero que, además, me parece horriblemente feo?

Horriblemente fea también (ya hablé de pasada en otro mensaje) me parece la palabra “gurú”, que tanto prolifera hoy en día para designar a las voces autorizadas en una materia concreta, y especialmente si hablamos de Internet o tecnologías avanzadas. Se supone que un “gurú” es quien da predicciones basándose en su conocimiento. Un agorero, según el Diccionario es aquel que adivina por agüeros. Un agüero, si leemos la segunda definición dada por el mismo Diccionario es un “presagio o señal de cosa futura”. Así que sería mejor llamar “agoreros” a estos señores tan esclarecidos. Mejor según la norma. Ahora bien, el uso del lenguaje ha desplazado el significado de la palabra hacia la tercera definición que de ella da la Academia: “Que predice males o desdichas. Dícese especialmente de la persona pesimista.” O sea, que se toma casi siempre en sentido negativo. Pero si se piensa bien, no encaja mal en aquellos que llevan años prediciendo el fin de los libros, las bibliotecas, los bibliotecarios, etc. Los que prevén que los “bits” sustituirán en todo a los “átomos”. Agoreros. (Por cierto, si nos subimos al carro de los medios de comunicación y seguimos utilizando el palabro, el hacerlo en plural se dice “gurúes”, no “gurús”, no dupliquemos el barbarismo).

El mensaje se ha alargado más de lo que quería. Me guardo algunas cosillas en el tintero para el futuro. Para acabar os quiero recomendar un artículo que apareció en el número 104 de la revista
PC Actual. Se refiere al uso del signo tipográfico “@” para que una palabra adquiera valor tanto masculino como femenino. No tiene desperdicio. Después de leerlo, he abandonado esa práctica y procuro utilizar fórmulas neutras de salutación. El autor del artículo es Alberto Piris y se titula L@s feministas tipográfic@s: Uso y abuso de la arroba. Leedlo, quizá alguien más se convenza.

26.4.06

Ficción bibliotecaria


La bitácora de mi amigo Odd Librarian me ha dado una idea; en concreto, su apasionante relato de la increíble bibliotecaria menguante. ¿Por qué no hacer ficción bibliotecaria? La cosa me rondó y me rondó por las (escasas) neuronas hasta que por fin dí con el medio: inventarme dos personajes (o personajillos) que nos contarán sus peripecias. Os los presento: Mario, el bibliotecario universitario:


Y Maribel, bibliotecaria en Teruel:


Reconozco que sus rasgos no es que estén muy bien definidos precisamente, pero de eso se trata, de que nos podamos ver reflejados en ellos bastantes de nosotros, pues sus aventuras muchas veces provendrán de la realidad (que ya sabemos que casi siempre supera a la ficción).

Para romper el fuego, empecemos con la primera historia, la historia de...

Mario y el usuario participativo

Mario estudió biológicas; muy tarde se dio cuenta de que era una carrera sin salida. Un día vio que la biblioteca universitaria de la ciudad en que vivía convocaba unas oposiciones a las que se presentó con poca convicción. Pero trabajó mucho, tuvo suerte y las aprobó. Desde entonces se dio cuenta de que su vocación había estado allí oculta... Para algunos sería un "intruso", pero él amaba su trabajo sobre todas las cosas... Bueno, quizá dejando aparte a su novia Maribel, que ahora se había tenido que ir a vivir a Teruel, ciudad en la que trabajaba como bibliotecaria municipal. Pero ésa es otra historia. Hechas las presentaciones, pasemos a la acción.

Mario seguía dubitativo aunque ya hacía un par de minutos que había colgado el teléfono. Era de esos ratos en los que se paraba a pensar si esa gente sabía de verdad para qué servía su trabajo. "Tanta automatización, tantas bases de datos, tanta internet, tantos servicios remotos", se decía "y este tío acaba de llamarme para que le lea en el periódico la cartelera de cine de Fuenlabrada..." Ese tío era un profesor titular experto en sistemas hipertextuales...

En esto llegó, como todas las tardes, el usuario de los guantes grises. Era un individuo de expresión inalterable, gafas, pelo liso y algo largo, invariable abrigo tipo loden y bufanda de cuadros. Se sentó en su sitio de siempre. Colocó los lápices y bolígrafos formando un ángulo exacto de 90º con el borde de la mesa. Abrió el maletín de polipiel y empezó a extraer de él sus apuntes, perfectamente clasificados y escritos con letra de la de antes. Por último, su inseparable atril que le permitía tener un óptimo ángulo de lectura. Y así comenzó su diaria estancia de cinco horas en la sala de lectura de la biblioteca.

Por entonces, la biblioteca donde trabajaba Mario ocupaba un emplazamiento provisional. Se había aprovechado un aula como sala de lectura y unos paneles interceptaban una parte de pasillo (lo que cortó en dos el edificio) para utilizarlo como hemeroteca y mostrador de atención al público. Desde ese mínimo y provisional mostrador Mario dominaba perfectamente toda la sala de lectura. Veía cómo el usuario de los guantes grises apenas levantaba la vista de su atril, enormemente concentrado en el estudio.

Pero los paneles envejecen pronto. La puerta, junto a la que debía trabajar Mario, empezó a chirriar. Ya se sabe cómo funcionan las cosas en lo público: si se pedía al servicio de Mantenimiento (que ya sabemos que, junto con el de Recursos Humanos suele ser el que mejor funciona en todas partes) que venga a engrasar una bisagra había que rellenar una instancia por triplicado y con un poquitín de suerte en un mes se presentaban allí tres operarios para hacer el trabajo. Hay que aclarar que esto ocurría antes de que se pusieran en marcha los magníficos servicios de notificación electrónica que hoy se disfrutan.

La puerta sonaba. Primero un poco, luego más y, finalmente tanto que incluso logró que el usuario de los guantes grises levantase levemente la mirada de sus apuntes. Esa era una mala señal... Una señal de que algo podría ocurrir.

El usuario de los guantes grises era una persona muy educada; siempre saludaba al entrar o salir, pero jamás había cruzado una palabra con Mario. Esto le perturbaba especialmente, pues había adquirido ya cierta familiaridad con él, a fuerza de verle todos los días, y el carecer de esa mínima relación le hacía sentir algo parecido a lo que ocurre cuando te dejas de hablar con la novia: al menos una cierta incomodidad. Por otra parte, se decía Mario, ¿de qué hablar con esta persona? Ni siquiera sabía qué estudiaba, si era alguna carrera u oposiciones, si era de la ciudad o de fuera, si pertenecía a la universidad o simplemente vivía cerca...

Y la puerta seguía sonando. Cada vez más. Hasta que ocurrió lo que tenía que ocurrir. Cierta tarde, el usuario de los guantes grises, al entrar en la biblioteca no giró levemente la cabeza para saludar a Mario, sino que se fue directo a él clavándole la mirada. "Este me canta las cuarenta por lo del ruidillo", se dijo "y a ver cómo le explico yo cómo funciona aquí Mantenimiento..." Los escasos segundos que transcurrieron hasta que el usuario abrió la boca se le hicieron eternos a Mario, que rebuscaba en su mente la mejor de las excusas, pero...

No hizo falta. El usuario de los guantes grises metió la mano en el bolsillo de su loden y sacó... Un frasco de lubricante.

-Mis oídos son muy sensibles -dijo- y no soporto el ruido de la puerta. Te traigo algo para solucionarlo.

Mario no sabía que decir. Con cara de bobo, tomó el frasco, echó el liquidillo en las bisagras, con lo que el ruido desapareció, devolvió el bote al usuario y le dio las gracias. El usuario se lo guardó y se dirigió, como todas las tardes, a su sitio.

El usuario de los guantes grises acababa de convertirse en el usuario participativo...

21.4.06

¡Qué mal hablamos! (V)


A la vuelta de las vacaciones de Semana Santa prefiero dejar los dibujitos alusivos y realizar un homenaje a las torrijas en el encabezamiento de este mensaje. Una introducción dulce y agradable para un nuevo recuerdo de aquellos ya casi lejanos mensajes sobre el mal uso del lenguaje que gentes con torrijas mentales suelen hacer. En el siguiente, fechado el 7 de noviembre de 1998, yo insistía en el debate sobre el nombre más adecuado para quienes se acercan a utilizar nuestros servicios, comentando una serie de respuestas que se habían hecho a mi mensaje anterior. Asimismo insistía en que mi nombre favorito era "lectores", cosa que hoy en día no tengo tan clara. (Y en el último párrafo se dice que los libros son lo fundamental de nuestras colecciones, cosa que no ha dejado de ser cierta pero ya no es tan cierta). Helo aquí:

En el último mensaje planteaba la duda sobre cómo nominar a quienes se acercan a disfrutar de nuestros servicios. Daba tres opciones: cliente, usuario y lector, y además mi opinión sobre cada una de ellas. Voy a profundizar un poquito, al hilo de dos respuestas que recibí.

Empecemos con “cliente”. Desde Uruguay, Mónica Bottigliero defendía su uso porque nuestra actividad profesional ya no se puede circunscribir a las bibliotecas. Muchos se pueden dedicar a la profesión de forma liberal y cobrar por sus servicios. En ese caso, nada que objetar. El Diccionario, en su definición número dos, dice: “Persona que utiliza con asiduidad los servicios de un profesional o empresa.” Por tanto, se ajusta perfectamente a lo que dice Mónica. Pero yo me estaba refiriendo a las bibliotecas. A mí no me gusta el uso de esa palabra con relación a nuestras instituciones, que se supone que carecen de ánimo de lucro. El Diccionario, sin embargo, deja un resquicio de “legalidad”, porque, si nos atenemos a su cuarta definición, un cliente es, por extensión, una “persona que compra en un establecimiento o utiliza sus servicios”. Me quedo con la segunda parte de la frase: Utiliza los servicios de un establecimiento. Un establecimiento, siempre conforme al Diccionario, puede ser (definición tercera) una “fundación, institución o erección; como la de un colegio, universidad, etc.” Acaso esto sea rizar el rizo. Recordemos que el Diccionario pretende ser la norma de recoja todas las posibles acepciones. No obstante, en la lengua usual, resulta enrevesado aplicar el último arabesco expuesto. Vayamos a diccionarios de uso del idioma, como los de María Moliner o Casares. Doña María dice que un cliente es “respecto de una persona, otra que utiliza sus servicios profesionales” (totalmente de acuerdo con las ideas de Mónica, pero no aplicable a una institución donde no se usan servicios profesionales de un solo individuo) y por otro lado “comprador. Consumidor. Parroquiano. Respecto de un vendedor o un establecimiento comercial, persona que le compra o que compra en él” (definición segunda). Es decir, nada que sirva a nuestro caso. Siempre la connotación comercial, el ánimo de lucro del que carecemos en las bibliotecas públicas (pagadas por los contribuyentes, quiero decir). Casares da una definición muy semejante: “Respecto del que ejerce alguna profesión, persona que utiliza sus servicios, y respecto de un comerciante, comprador habitual.” Lo mismo; perfecto para el sentido que muy acertadamente le da Mónica, pero rechazable de plano para una biblioteca que no cobra por sus servicios. Es un flagrante anglicismo como otros muchos que ya se han comentado.
Client, según el Webster (definición 2c) es a person served by or utilizing the services of a social agency or a public isntitution. O sea, muy bien aplicado en inglés, pero fatalmente traducido al español.

Como ya me he extendido mucho, sobre “usuario”, cuyo empleo fue defendido por David Rodríguez, de la Universidad Carlos III, sólo voy a reproducir una cita del magnífico libro
El dardo en la palabra, de Fernando Lázaro Carreter (vuelvo a recomendar su lectura):

“De pronto, la palabra ‘usuario’ se ha salido de madre y se ha esparcido con rapidez por campos ajenos (...) Una verdadera desgracia, porque así languidecen y se esfuman voces de suma utilidad que en paleoespañol permitían distinguir matices y expresarse mejor. Lo ejemplifica a la perfección este ‘usuario’: acaba de debutar en su nuevo papel, y ya nos tiene a muchos hasta las glándulas (...) Los que antes eran automovilistas o conductores y los enfermos, bañistas o parroquianos son ahora ‘usuarios’. Y también quienes tomamos taxis, paseamos por los parques o bebemos agua sin gas; pronto serán eso los clientes de un establecimiento bancario, de un restaurante, de una peluquería, de un otorrino, los lectores de periódicos, los compradores de amor, los alumnos de un cole, los drogadictos, los fieles de un templo, los aficionados al boxeo o a la boina...: el sinfín enorme de quienes nos servimos de algo, lo utilizamos, frecuentamos o empleamos: todos de uniforme, todos ‘usuarios’.”

Dicho esto, reitero que me quedo con “lectores”. Cierto es, como bien me dice David Rodríguez, que lectores son también los de los periódicos, manuales de programas de ordenador o prospectos de aspirina, pero el uso de esta palabra referida a quien utiliza las bibliotecas no es nuevo ni me lo he inventado yo. Además, es verdad que hay muchas otras opciones para encontrar información en nuestros centros (vídeos, discos de música, etc.), pero son los libros lo fundamental de nuestras colecciones. Y si deja de ser así, en lugar de bibliotecas llamémonos de otra manera.

7.4.06

¡Qué mal hablamos! (IV)

No hace mucho se debatía en Iwetel sobre lo adecuado o no de llamar "clientes" a nuestros usuarios. No es un debate nuevo; en el mensaje de hoy, publicado en esa misma lista el 16 de septiembre de 1998 ya me refería a ello. Lo voy a reproducir tal cual, aunque he de decir que la conclusión a la que llego en los últimos párrafos hoy en día no la suscribiría (y además, en el texto se cita Absys, que entonces era nuestro programa de gestión; hoy es Unicorn).

Traduttore, traditore dice la tan conocida frase. La traducción se puede llegar a convertir en un arte. En todo caso es dificilísimo el traducir un texto y ser fiel al original. A veces esta dificultad se convierte en excesiva facilidad y nos encontramos con casos de malas traducciones por similitud que al final llegan incluso a ser aceptadas por todos. Pondré un ejemplo.

Es un ejemplo que utilizamos mucho en las bibliotecas actuales. Bibliotecas en las que la informática desempeña (no “juega”) un papel importantísimo. Cuando hay algún problema se recurre a lo que se llama “soporte” del servicio técnico. Es una mala traducción del verbo inglés
to support, que no significa soportar. En Inglaterra un supportter del Arsenal no es alguien que “soporta” a su equipo de fútbol preferido, sino alguien que lo “apoya”. Es decir, los servicios técnicos nos dan “apoyo”, no “soporte”. Imagino que quien traduce así no tiene alfombras en su casa, sino “carpetas” (alfombra se dice carpet en inglés). Y su desapego del idioma hace de él una persona casual, seguramente, como la ropa que viste, sin saber que eso significa “informal” en la lengua de Shakespeare.

Otro anglicismo que utilizamos mucho consiste en llamar “copias” a los distintos ejemplares disponibles de un título. Ignoro si el origen de esto es el lenguaje que utilizan las emisoras de radio tipo “40 principales”, mezcla de español e inglés, donde siempre se habla del millón de “copias” que ha vendido el grupo de éxito X. Si bien usando un lenguaje
casual (perdón, informal) se pueden admitir estas cosas, en las bibliotecas, supuestos depósitos del saber y la cultura, no es tolerable. Hablo de memoria y a veces me falla, pero creo que las versiones anteriores de Absys -nuestro programa de gestión- sí utilizaban esa palabra, mientras que la actual ha vuelto al correcto “ejemplares”.

Por último, más que hablar sobre malos usos, quiero detenerme en confusiones. ¿Cómo llamamos a las personas que acuden a nosotros en busca de información? De muchas maneras se nominan: Clientes, usuarios, lectores... Os voy a dar mi opinión sobre estas tres denominaciones.

“Cliente”, con todos los respetos, me parece del todo rechazable. Da por supuesta una relación de tipo comercial con quienes se acercan a disfrutar de un servicio público. La introducción de esta palabra, como siempre, viene del área anglosajona, con la inestimable ayuda de las consultoras (no
consultings) que cada vez más utilizamos en las bibliotecas. Valga la aplicación de criterios que sirven igual para las plantas de fabricación en serie, pero ya que se adaptan al tipo de servicio que se ofrece, que también lo haga su lenguaje. Llamar “clientes” a los que acuden a las bibliotecas es, en mi opinión, comparable a llamar “tornillos” o “coches” a los libros y documentos. Este lenguaje comercial imbuye también a las personas que entran a la biblioteca. Algunos alumnos “alquilan” los libros y si los traen con retraso tienen “multa” (alguno dice que está “detenido”, pero este es otro cantar). Ha habido quien en lugar de “reservar una sala de estudio individual” ha pedido “alquilar una habitación”.

“Usuario” es quizá más adecuada, pero el problema de este vocablo es lo manoseado que está. Todos somos “usuarios” de algo y si no se le pone apellido, carece de significado. Está de más llamar “usuarios”, así, por antonomasia, a los de las bibliotecas, cuando también lo son los de la sanidad, el metro e incluso los urinarios públicos. Por eso tampoco me parece -opinión personal- la mejor solución.

“Lector” es mi preferida. Convengo que ya no se puede limitar el grupo de personas que usan la biblioteca a los que leen. Los libros no son ya el único medio de llegar al conocimiento. En todo caso, la gran mayoría de documentos que encerramos en nuestras instituciones están pensados para ser leídos. Da igual que su soporte sea el papel o aparezcan en la pantalla de un ordenador. Con la excepción de vídeos, discos y otros documentos audiovisuales, lo demás se lee. Así, ¿por qué no llamar simplemente “lectores” a quienes ofrecemos nuestros servicios?

3.4.06

¡Qué mal hablamos! (III)



Don Fernando Lázaro Carreter se quejó durante mucho tiempo del papanatismo de aquellos que pensaban que por decir muchos términos en inglés u otros idiomas eran más modernos que los demás. Es algo de lo que ya modestamente me quejaba yo hace bastantes años, como demuestra este mensaje que mandé a Iwetel el 16 de junio de 1998:

Nadie duda de que es necesario el conocimiento de otros idiomas en nuestra profesión. A la biblioteca donde trabajo acuden numerosos profesores extranjeros que no conocen el español. En muchas ocasiones, la única forma de comunicación con ellos es el inglés. Hasta aquí la lógica. Lo que no es normal es la necesidad de saber idiomas para averiguar qué me están pidiendo personas que hablan mi lengua, pero son muy tímidos o muy pedantes para demostrarlo. Me explico.

Hay profesores que, cuando desean utilizar el servicio de préstamo interbibliotecario, me piden los formularios para solicitar
papers. Supongo que les será ajena la palabra “artículo” o más bien sonará plebeya a unos oídos técnicos y cultos. Un paper tendrá, posiblemente, más categoría que un artículo, aunque diga lo mismo.

También se oye nombrar mucho unos
working papers que yo creo que serán lo mismo que “documentos de trabajo”, ahora bien, están envueltos en ese halo de misterio que produce su nombre en lengua extraña. Si escribo un working paper, aunque yo haya nacido en la calle de Goya y tal obra verse sobre el cultivo de la patata temprana en la comarca de La Sisla, será mejor que si produzco el mejor “documento de trabajo” del año sobre la materia más arcana y compleja que pueda existir.

Y qué decir de la desilusión que se llevó hace poco un profesor que vino en busca de un grupo de obras y no las encontró. Se debió decepcionar cuando descubrió que los libros de
management que pedía estaban colocados en una estantería en cuyo cartel se leía “gestión”, así, en lengua vulgar.

No sólo cuando se nos solicita información hay que luchar contra los términos que gratuitamente se espetan en inglés, sino en lo cotidiano, cuando sencillamente pretendemos explicar cómo se organiza nuestro trabajo. Así, me niego a decir a mi abuelita que la biblioteca funciona con un esquema
front office-back office, cuando es más fácil que me entienda si hablo de “mostrador-despacho”, y añado que se trata de que en un mostrador se atienda primero al público y de allí se envíe a los interesados a los despachos donde otras personas intentarán resolver sus dudas más sosegadamente. Y asimismo me niego a decir que hago benchmarking cuando en realidad estoy visitando otros centros que destacan por su buen servicio. Posiblemente me comprenda mejor si menciono una “visita de trabajo” o “visita a organizaciones destacadas”. Pero todavía reniego más de hacer rapports de las visitas, especialmente si todo el mundo entiende los “informes” o “reseñas” que pueda escribir de ellas. Y si ese informe es interesante, prefiero que la biblioteca lo “difunda” y no que lo incluya en su output. Después, si mereciese entrar en algún sistema de almacenamiento de datos (no de data warehousing) querría que, si alguien lo busca, lo “encontrara”, “extrajera” o incluso “recuperara”, no que se dedicara al data mining (todo esto lo ha leído quien esto escribe en libros y otros documentos).

La llegada a nuestro idioma de términos extranjeros es beneficiosa ya que enriquece la lengua, pero sólo si ello es imprescindible porque en español no haya equivalente. Ahora bien, su uso innecesario es un signo de pobreza lingüística, de simple imitación porque se han escuchado en boca de quienes creemos que utilizan la norma culta del idioma o se han leído en libros o revistas especializados que descuidan hasta el infinito el uso del castellano.

24.3.06

¡Qué mal hablamos! (II)



¡Vaya, me están saliendo cinéfilos estos mensajes! Pero es que ni pintado el título de esta película para lo que en ocasiones parece que hablamos. Hoy mismo he leído que es totalmente lícito utilizar un término "que nos guste" aunque sea una terrible patada al diccionario y ya existan vocablos en español que puedan expresar lo mismo. "¡Ya se enterará la Academia!" Eso espero yo, que se entere y dé su alternativa.

Pero volvamos a aquellos viejos mensajes que por desgracia aún siguen en vigor. Lo que sigue es un extracto del publicado el 6 de junio de 1998:

Recomiendo la lectura de El dardo en la palabra, de Fernando Lázaro Carreter, donde se encontrarán agudísimas observaciones sobre las prevaricaciones del lenguaje que tanto proliferan hoy en día. Es un libro que puede ayudar a expresarse bien ante el público, ya sea con la palabra o bien por escrito.

Quiero hacer un comentario sobre un mensaje que me envió desde Valencia, fuera de la lista, Josep Lluís Martínez Benlliure. En él me informa de que el Institut d'Estudis Catalans ha propuesto las voces
programari y maquinari para sustituir a “software” y “hardware”. Su opinión es que está fuera de lugar intentar el reemplazo de vocablos extranjeros por otros inventados que aún son más pintorescos. Comparto esta idea, si bien en este caso más que inventar lo que se habría de hacer es emplear las ya conocidas “programas” y “equipos informáticos”, sin necesidad de estrujarse los sesos con la búsqueda del neologismo perfecto. En esto del “software” se pueden dar paradojas como la de llamar “ingeniería del software” a la ciencia de la programación informática y que a los técnicos en la materia jamás se les ocurra llamarse a sí mismos “ingenieros de software”, sino “programadores de ordenadores” (a pesar de la cacofónica rima interna).

En su mensaje, Josep Lluís me habla también de la palabreja
interface, que la misma institución veladora de la pureza de la lengua catalana pretende traducir como interfície. La Real Academia incluye en su Diccionario la voz “interfaz”, referida sólo al campo de la electrónica y que se define como la “zona de comunicación de un sistema con otro”. Éste es un ejemplo de buena adaptación de una palabra extranjera en una acepción que carecía de equivalente en español. Sólo hemos de tener en cuenta que pertenece al género femenino, así que no hablaremos del “interfaz gráfico de nuestro catálogo”, sino de “la interfaz gráfica de nuestro catálogo”. A la que no me gusta calificar de “amigable”, literal traducción del friendly inglés. Prefiero una interfaz “accesible”, siguiendo la definición 3ª que da el Diccionario: “De fácil comprensión, inteligible” Así debe ser el contacto entre el lector y el catálogo.

Por cierto, ¿catálogo en línea u
on-line? Creo que lo de “en línea” lo entendemos todos, así que el uso de la expresión inglesa cruza la frontera de la pedantería y cae en un lenguaje seudoculto que parece considerar al castellano, al catalán, al gallego o al euskera lenguas indignas para designar términos técnicos.

17.3.06

¡Qué mal hablamos! (I)



Resulta que queremos "alfabetizar" a la gente. Se supone que para ello, los primeros "letrados" hemos de ser nosotros. Pues yo tengo mis dudas. Queremos alfabetizar a la gente cuando nosotros somos analfabetos en nuestro idioma. O peor, "prevaricadores del lenguaje", que maltratamos no sé si por ignorancia o por creernos más guays.

Hoy mismo he tenido que rectificar por orden de la autoridad competente una frase que había escrito en un documento. Yo estaba hablando de hacer reservas "aisladas" de ciertos espacios. Me han hecho decir la soberana memez de "reservas puntuales", no vaya a ser que no me entiendan. Qué triste...

Hace ya unos añitos escribí en Iwetel una serie de mensajes relacionados con el mal uso del lenguaje en las bibliotecas. Creo que por desgracia siguen tan vigentes como entonces. Es por ello que voy a repetirlos aquí, corregidos pero no aumentados, a ver si alguien los lee y se aplica al cuento. He aquí el primero, que data del 3 de junio de 1998:

Hay muchas cosas de las que se dice que son patrimonio de todos, pero una de las pocas que realmente cumple tal premisa es el idioma. El español es de todos y hemos de cuidarlo. En ambas orillas del Atlántico. La lengua está viva y evoluciona constantemente. Se debe adaptar a los cambios de todo tipo, especialmente los tecnológicos. Pero esto no quiere decir que tengamos que destrozarla adaptando palabras extranjeras o simplemente utilizando neologismos superfluos cuando ya había vocablos en español que designaban lo nombrado. Más que neologismos, se podría hablar de traducciones literales del inglés, que analizadas con detenimiento se muestran verdaderamente absurdas. A veces ni siquiera nos tomamos el trabajo de traducir la palabra en cuestión. Por desgracia, en nuestro medio -las bibliotecas- abundan. Veamos algún caso.

“Implementar” es una palabreja que me suena especialmente mal. Me decepcioné bastante cuando comprobé que la Real Academia la había incluido en el Diccionario. Creía que estaba anatematizada por la Docta Casa, pero no, la había asumido. Pero sólo referida a la Informática. La definición es: “Poner en funcionamiento, aplicar métodos, medidas, etc., para llevar algo a cabo.” En inglés
to implement tiene un significado más amplio y no se restringe a un campo concreto. El Webster da dos definiciones: to carry out, to give practical effect to and ensure of actual fulfillment by concrete measures y to provide instruments or means of practical expression for. Es decir, lo que en español se dice “implantar”: Establecer y poner en ejecución nuevas doctrinas, instituciones, prácticas o costumbres (definición 2ª del Diccionario de la Real Academia). Así que, aunque a algunos nos suene mal, podemos implementar una aplicación informática, pero no se pueden implementar un plan de nueva organización, una universidad más, un aumento de horario o un sistema diferente de préstamo. Esas cosas se implantan o se establecen. Aunque hay que reconocer que es más exótico y queda más “técnico” implementarlas, es un absurdo que se debería evitar.

“Priorizar” y sus derivados ni siquiera vienen del inglés. En el Webster no hay ninguna palabra que se le parezca. Este engendro viene de un lenguaje seudotécnico que no escatima superfluas locuciones prepositivas de la calaña de “a nivel de” o “en base a” y sin embargo no gusta de “dar prioridades” o “hacer prioridades”, sino que “prioriza”. Incluso he llegado a ver esta palabra con la acepción más retorcida aún de “seleccionar”. Es decir, hay quien “prioriza” personal en lugar de seleccionarlo o simplemente escogerlo.

“Hardware” y “software”: Su universal aceptación no implica que no se deba reaccionar ante su uso abusivo. Sobre todo cuando hay palabras asimismo aceptadas en español que sirven igual. Mi “hardware” es mi ordenador o mi computadora, digo yo, o si me quiero poner más técnico será mi “soporte físico” o “equipo físico”. “Hardware” es una palabra que al menos tiene significado en inglés, ya que designa a lo que nosotros conocemos por ferretería y al material metálico. El Webster no deja mentir; da tres definiciones:
1-ware (as fittings, trimmings, cutlery, tools, parts of machines and appliances, metal building equipment, utensils) made of metal; 2-firearms, y 3-metal items of military equipment for combat use (as ships, guns, tanks, airplanes and their parts) and major support items (as trucks, jeeps, radar). Los ordenadores o computadoras no se incluyen en ninguna de las tres categorías, pues ni son utensilios de metal, ni armas de fuego ni material metálico de guerra, aunque la palabra haya acabado designándolos. Pero más gracioso es el caso de “software”, voz inexistente en el Webster que se creó de forma un poco jocosa al oponer soft a hard, es decir, “blando” a “duro”. Así, al “material duro” o “hardware” se opondría el “material blando” o “software”, los programas informáticos que harían que los ordenadores funcionasen. Al castizo e hispano “programa” se opone el técnico, exótico y absurdo “software”. Creo que si a alguien se le habla de un programa sabrá igual de bien de lo que se trata que si se le habla de “software”. Para ser más técnico, se puede utilizar el giro “soporte lógico”, si se desea evitar el extranjerismo inevitable.

24.2.06

Escisión

He decidido separar esta bitácora en tres. Ésta, Mixobitácora, quedará para los asuntos bibliotecarios (que tengo muchos en la recámara) y para lo relacionado con música y ferrocarriles serán estas dos:

Para música: Modus mixolidius

Para ferrocarriles: Mixotrenes

(Los devotos de Santa Minucia, ya saben: "continuada por", "en parte es escisión de" y todo eso...)