31.5.06

Alcaldadas y estudiantes de apuntes

La política tendría que ser una de las más nobles profesiones. Sin embargo su prestigio, al menos entre el pueblo llano, es mínimo. Casi todo el mundo considera que los políticos están ahí no para buscar el bien común, sino para llenar el saco todo lo que puedan y más. El reciente caso de Marbella es una de las muestras; precisamente es la política municipal la que en ese sentido es tal vez más miserable. Muchas corporaciones municipales están repletas de seres mediocres que si no fuesen concejales no serían nada y que han llegado allí más por clientelismo de partido que por méritos propios. Cómo será la cosa, que la palabra que en español designa las arbitrariedades de la autoridad es precisamente "alcaldada".

Si hablamos de bibliotecas, las municipales son muchas veces las parientes pobres (sí, ya sé que las bibliotecas escolares ni siquiera existen, pero eso da para otra entrada de la bitácora). Si bien hay ayuntamientos cuya gestión bibliotecaria se muestra como ejemplar (por desgracia son más excepciones que reglas), otros muchos despachan de mala manera el sistema bibliotecario que la ley les obliga a mantener (y que debían mantener y bien mantenido, no porque lo diga la ley, sino por ofrecer un buen e imprescindible servicio a los ciudadanos).

Ha llegado a mis castos oídos la última alcaldada. Hablamos de una localidad importante, que mantiene un sistema bibliotecario formado por una central y varias sucursales en barrios. La biblioteca central es la única que abre por la mañana y por la tarde, aunque cierra al mediodía. Las sucursales de los diversos barrios abren todas, excepto una, sólo por las tardes. Pues bien, el concejal responsable (que, como es natural, se preocupa más de las fiestas populares y del exitoso equipo de fútbol local) quiere que en época de exámenes se abran las bibliotecas hasta las 10 de la noche y los domingos. Tiene lógica, ¿verdad? Yo no podré ir a la biblioteca de mi barrio un martes a las 12 de la mañana (como no existen ni los jubilados, ni las amas de casa, ni las personas que trabajan en turno de tarde...), pero sí el domingo a las diez de la noche...

Ya estamos como siempre. Los políticos sólo se acuerdan de un tipo de usuarios de las bibliotecas, precisamente los peores usuarios, aquellos que pocos quieren tener: los histéricos estudiantes de apuntes. Parece que sólo ellos cuentan. Pero, claro, pensemos fríamente; no seamos ingenuos. ¿Cuáles son las únicas noticias que sobre las bibliotecas publican habitualmente los medios de comunicación? Las prolongaciones de horarios. Es como si fuese lo único importante que hacemos. La biblioteca de la universidad X abrirá 24 horas en época de exámenes. Y parece una buena noticia, pero no lo es.

¿Alguien se ha parado a pensar si las irracionales prolongaciones de horarios -sólo en época de exámenes, cuando hordas de "apunteros" medio desquiciados se pegarían con su padre por un sitio en una sala de lectura- sirven para otra cosa que para dar rentabilidad política a concejales o vicerrectores? En mi biblioteca, que no es municipal, se aplica la medida desde hace mucho tiempo y a mí me gustaría saber si ello ha redundado de forma significativa en la mejora de los resultados académicos. Me temo que no. La lógica me dice que estudiar a la una de la madrugada de un sábado o de un miércoles no parece la situación ideal. Lo dice la lógica y lo dicen los especialistas, que saben que el organismo tiene un reloj biológico que es el que dicta cuándo se rinde más y cuándo menos. La Naturaleza creó la noche y el sueño para descansar, para recuperar fuerzas, no precisamente para llevar a cabo en ellos el mayor esfuezo intelectual. Dicho en palabras llanas: estudiar de noche no es lógico y eso lo saben muchos estudiantes, posiblemente la mayoría de los que suelen sacar bien los estudios. Quizá sea por eso que nunca se han llenado las bibliotecas a esas horas: la demanda no justifica una medida que además de ilógica, es cara (porque es un despilfarro).

Siempre recuerdo la conversación que tuve con un alumno cuando mi biblioteca puso en marcha la ampliación de horarios:

-Ya me he enterado de que vais a abrir hasta la una de la madrugada, ¡qué bien!
Yo le contesté intentando exponer mis razones para oponerme a la medida, pero él me interrumpió diciendo:
-No, si yo no tengo la más mínima intención de venir, pero me parece bien.

Esa idea es la que deben de tener los políticos en la cabeza. Saben que nadie que sea medianamente racional irá a esas horas, pero también saben que a una gran mayoría les parecerá una decisión "acertada".

Y además, al final lo único que va a contar es esa noticia en la prensa. La biblioteca X prolongará sus horarios en época de exámenes. Y el concejal o el vicerrector quedarán como unos bienhechores de la sociedad aunque ni siquiera sepan para qué sirve una biblioteca.

17.5.06

Maribel y el Dúo Arqueológico



Maribel estudió Geografía e Historia y casi no tuvo tiempo de decidir su vocación, pues apenas salió de la facultad aprobó unas oposiciones de auxiliar de biblioteca en el Ayuntamiento de una ciudad cuyo nombre no es Teruel, precisamente; Maribel, bibliotecaria en Teruel, realmente no conoce -y ya le gustaría-, la capital del mudéjar, cabeza de una provincia que "existe". Realmente Teruel se refiere a un antiguo pueblo cercano a una gran capital, donde día a día tiene que luchar contra las alcaldadas (¡qué nombre más bien puesto!) de los políticos que deciden cómo ha de funcionar su biblioteca. Sus historias puede que se inspiren en hechos reales, ya sabemos que éstos siempre suelen superar a la ficción...

Los policías municipales sacaban al joven de la gabardina, lloroso; sólo le faltaba que su madre le hubiera llevado de una oreja. Bajaba las escaleras del altillo (donde unas usuarias habían advertido a Maribel lo que el individuo estaba haciendo bajo la gabardina) a trompicones, sin fuerzas por la vergüenza (que no por la culpa), mirando de reojo a la madre. En la puerta que conducía a las escaleras se cruzaron con el presidente del Grupo Arqueológico y de Costumbres Populares.

"¿Qué querrá éste?" se dijo Maribel. "Vaya cara que trae..."

-Buenas tardes -dijo el presidente
-Buenas tardes.
-Vengo a llevarme mis libros.
-¿Cómo dice?

Maribel recapituló. Sabía lo que pasaba; el presidente había donado y depositado bastantes libros relacionados con las actividades de su grupo en la biblioteca municipal y ahora los quería retirar. Maribel le dejó claro que los libros en depósito sí que se los podría llevar, pero las donaciones... ¡Santa Rita, Rita, Rita...!

¿Qué es lo que había ocurrido? El presidente era motivo de rechifla para Mario, el novio de Maribel, por lo pretencioso de las presentaciones y folletos de su Grupo. Hablaban de Asambleas de Socios, Consejos Directivos y demás y en realidad los únicos que hacían algo eran él y un amigo suyo. Por eso Mario les solía llamar el "Dúo Arqueológico" y casi le había pegado a Maribel el remoquete; tenía en ocasiones que hacer esfuerzos para no decirlo en presencia de los interesados.

Últimamente el grupo parecía tener poca actividad. Cada uno de sus dos miembros era simpatizante de un partido político diferente y ahora el grupo del amigo del presidente era el que gobernaba el Ayuntamiento. De esa manera, el amigo dedicaba menos tiempo al Dúo -perdon, Grupo- y el presidente día a día renegaba de la actividad política de los ediles en el poder.

El presidente, como ya sabemos, había donado y depositado muchos libros en la biblioteca municipal, a pesar de tener mucho sitio en su casa. Era soltero y vivía solo. Un día alguien le dijo que si su anciana madre viviera con él podría pedir que le hicieran un descuento en la factura telefónica. Él, a pesar de lo culto y leído que era, debió de creérselo y, raudo, se acercó al Ayuntamiento.

Allí pidió que le expidiesen un certificado según el cual su madre compartía vivienda con él. Lógicamente, los responsables del Ayuntamiento se negaron a cometer tal irregularidad. La duda que queda es si lo hicieron por su celo en el respeto a la ley o porque el solicitante no era de su cuerda política...

Y el presidente se enfadó y su reacción fue... La que conocemos. Política, ahorro y bibliotecas: mala cosa...

10.5.06

¡Qué mal hablamos! (y VI)


Llega con este mensaje el final de esta miniserie que dediqué en su día a lo mal que hablamos en este mundillo de las bibliotecas y la información. Supongo que el éxito que haya tenido hoy en día será igual de escaso que entonces y seguiremos destrozando la lengua española en nombre de la modelnidad y el pogreso. He aquí ese postrer mensaje, enviado a Iwetel el 6 de mayo de 1999:

Leer mucho sirve para detectar las prevaricaciones del lenguaje (Don Quijote dixit), muchas cometidas por mí, y de esa forma, cada día, viendo los propios errores, se aprende algo nuevo.

Nos movemos en un mundo en el que ha irrumpido con fuerza el uso de las llamadas “nuevas tecnologías” (algún día dejarán de ser nuevas, ¿no?) y que por lo tanto en muchas ocasiones requiere el uso de palabras que hasta ahora no existían. Los neologismos son, pues, útiles, necesarios y enriquecedores. Absurdo sería intentar traducir “byte” o “Internet” (¿“bitio”, “Interred”?). Ahora bien, otro caso diferente es al abuso, más que uso, de palabras extrañas o mal traducidas cuando ya disponemos en español del equivalente.

En inglés,
to save tiene muchas acepciones, nada menos que siete en el Webster. Una de ellas es “salvar”, pero entre las doce definiciones que da de este vocablo el Diccionario de la Real Academia, ninguna se refiere a “guardar o grabar los cambios hechos en un archivo informático”. La informática y los anglicismos y malas traducciones que utiliza han pasado al lenguaje bibliotecológico como un proceso inherente a la necesaria imbricación entre ambas ciencias. El que más y el que menos ha dicho alguna vez que ha “salvado en un archivo” tal o cual trabajo o registro. De la misma manera podríamos decir entonces que al final del mes hemos “salvado” tantas pesetillas o euros para el coche nuevo. A no ser que nuestra intención al decirlo sea dar una impresión de heroísmo al sacar a las pesetas de las garras de los grandes almacenes, los bares o los restaurantes-asadores de leña, nos debería parecer bastante ridículo “salvar” X pesetas, euros o dólares este mes. Entonces, ¿por qué no parece ridículo decir que he “salvado” este texto en un archivo? Sobre todo cuando, sin caer en el absurdo se puede comentar con toda naturalidad que “grabamos” o “guardamos” el archivo.

Otro palabro que aparece con profusión en tratados y manuales referidos a las bibliotecas y el arte de su gestión es “ratio”. La “ratio” alumnos/libros, la “ratio” lectores/puestos de lectura. ¿Qué pecado cometió la palabra “relación” (definición número 11 del Diccionario: “Resultado de comparar dos cantidades expresadas en números”) para haberla desterrado del lenguaje técnico bibliotecario? ¿Por qué se adopta el vocablo extranjero que, además, me parece horriblemente feo?

Horriblemente fea también (ya hablé de pasada en otro mensaje) me parece la palabra “gurú”, que tanto prolifera hoy en día para designar a las voces autorizadas en una materia concreta, y especialmente si hablamos de Internet o tecnologías avanzadas. Se supone que un “gurú” es quien da predicciones basándose en su conocimiento. Un agorero, según el Diccionario es aquel que adivina por agüeros. Un agüero, si leemos la segunda definición dada por el mismo Diccionario es un “presagio o señal de cosa futura”. Así que sería mejor llamar “agoreros” a estos señores tan esclarecidos. Mejor según la norma. Ahora bien, el uso del lenguaje ha desplazado el significado de la palabra hacia la tercera definición que de ella da la Academia: “Que predice males o desdichas. Dícese especialmente de la persona pesimista.” O sea, que se toma casi siempre en sentido negativo. Pero si se piensa bien, no encaja mal en aquellos que llevan años prediciendo el fin de los libros, las bibliotecas, los bibliotecarios, etc. Los que prevén que los “bits” sustituirán en todo a los “átomos”. Agoreros. (Por cierto, si nos subimos al carro de los medios de comunicación y seguimos utilizando el palabro, el hacerlo en plural se dice “gurúes”, no “gurús”, no dupliquemos el barbarismo).

El mensaje se ha alargado más de lo que quería. Me guardo algunas cosillas en el tintero para el futuro. Para acabar os quiero recomendar un artículo que apareció en el número 104 de la revista
PC Actual. Se refiere al uso del signo tipográfico “@” para que una palabra adquiera valor tanto masculino como femenino. No tiene desperdicio. Después de leerlo, he abandonado esa práctica y procuro utilizar fórmulas neutras de salutación. El autor del artículo es Alberto Piris y se titula L@s feministas tipográfic@s: Uso y abuso de la arroba. Leedlo, quizá alguien más se convenza.