16.4.09

Reflexión 2.0

Muchas, muchas cosas se están escribiendo y debatiendo sobre la Web 2.0 y la biblioteca 2.0 últimamente. Unas buenas, otras no tanto; unas entusiastas, otras un tanto escépticas... Quizá merece la pena hacer un pequeño alto en el camino y pararse a pensar (pero no mucho tiempo, no sea que, como escribí en un texto que amablemente me invitaron a aportar al blog de SEDIC, el tren pase de largo y luego no venga otro).

No voy a insistir, porque es de lo que hablan los anteriores mensajes de esta bitácora, en el tratamiento que la prensa da a las redes sociales, aunque es de temer que, como ocurrió el año pasado con Second Life, las pasen del cielo al infierno cuando les parezca oportuno. Más me interesa ver cómo estamos reaccionando nosotros, los bibliotecarios, ante esta revolución.

Porque de revolución ha de hablarse cuando vemos cómo las nuevas herramientas permiten que aquellos que hasta hace poco eran meros receptores pasivos de información, los usuarios, puedan pasar a ser protagonistas destacados del ciclo evolutivo de esa misma información, desde que se genera hasta que llega a su receptor. Esa es la filosofía que ha de imperar, la de la participación. Pero, ¿sin matices?

Se dice en ocasiones que los que están inmersos en este torbellino tienen un entusiasmo que no les permite ver más allá de la tecnología y atisbar precisamente a esos usuarios que se supone han de ser los principales beneficiarios de todo esto. Puede ser verdad. Pero, ¿se puede hablar de paternalismos, de ese considerar al usuario como un niño al que hay que enseñar a andar? Ni una cosa ni otra. Es evidente que nuestro trabajo se ha de orientar a cubrir las necesidades reales de los usuarios. De nada vale trabajar un montón para que luego ese trabajo no tenga sus frutos. Pero no creo que haya que caer en una situación semejante a la de las televisiones, en las que todo vale por la audiencia.

Porque al igual que un horroroso programa de cotilleos o un "reality show" con famosetes semidesnudos en una playa tropical es mucho más factible en una televisión que un documental sobre animalitos (el habitual objetivo de rechifla televisiva y siempre tratado como sinónimo de hipnótico o sedante), también sería mucho más valorado por nuestros usuarios que abriésemos 24 horas al día dando sólo servicios de hostelería (alojamiento y climatización) que estando presentes en todas las redes sociales habidas y por haber o por poner en marcha un catálogo en el que permitiésemos la participación de los usuarios en la clasificación de documentos, por ejemplo. ¿Hemos pues, de trabajar sólo después de haber encuestado a los usuarios para ver qué nos piden? ¿Y si sólo nos piden que abramos todo el día y que pongamos una cafetería?

Sé que el pretender ir un poco por delante de los usuarios y ofrecerles cosas que, aunque en principio no nos hayan pedido, pueden ser muy útiles para ellos choca con todos los dogmas pasados, presentes y futuros, pero mi opinión es que en nuestro caso es imprescindible. Lo es cuando nos consideran meras salas de estudio y sólo se acuerdan de nosotros cuando hay exámenes, y lo tiene que ser aún más ahora cuando podemos ofrecer muchos servicios en los sitios en los que ellos están. ¿Por qué ha de ser una aventura crear un perfil en Facebook? ¡Si ya tenemos nuestros grupos de impacto formados y organizados!

Es evidente que un momento de vorágine como el actual hace que sea difícil no verse arrastrados por ella y que se tenga que pensar bien lo que se hace para no llevarse por modas pasajeras o poner en marcha proyectos simplemente porque otros lo están haciendo. Pero también hay que acordarse del refrán: "El que quiera peces..."

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