29.11.13

La teoría y la práctica

Hace ya más de diez años escribí un artículo que titulé “La ‘crisis de identidad’ de los profesionales de la información”, en el que hablaba de que tras siglos de apacible existencia detrás de los muros de nuestros edificios, los bibliotecarios empezábamos a sentirnos “sacudidos” por la revolución tecnológica y también por el neoliberalismo triunfante para el cual somos un gasto y no una inversión y, en consecuencia, prescindibles o, al menos, recortables. Años después, creo que sigue vigente, por desgracia, y seguimos sintiendo ese vértigo ante la tecnología e, inmersos en la Gran Recesión, luchamos porque se nos considere necesarios, no como algo meramente oneroso en una época en la que todo o casi todo es considerado un gasto superfluo.

Hemos querido dejar atrás el tópico de la vetusta bibliotecaria con moño y gafas de pasta, malhumorada, cuya misión en la vida parece ser mandar callar y que los libros estén siempre colocaditos; en la época de mi artículo parecíamos quererlo hacer poniéndonos rimbombantes nombres en inglés, como “knowledge manager” y sus variantes. En la era de las redes sociales, la cosa parece haber cambiado poco: hoy salen por todos lados conceptos como “community manager” o “content curator”, sobre los que se teoriza mucho pero de los que lo único que parece claro es que si no se nombran en inglés directamente no son. (Me refiero, por supuesto, al contexto de las bibliotecas y, más en concreto, las universitarias.)

A donde quiero ir con este largo preámbulo es al desequilibrio entre teoría y práctica que percibo en estas operaciones que hacemos desde las bibliotecas para intentar ponernos al día y demostrar que somos imprescindibles para la sociedad (para demostrárselo a los políticos que [mal]manejan los dineros, claro está, porque una sociedad medianamente sana ha de tener clarísimo que las bibliotecas son uno de sus pilares esenciales…)

Hace años se suscitó un vivo debate sobre lo que se ha dado en llamar “alfabetización en información” (sé que se conoce de otra forma, pero escribirlo me produciría sarpullido en la yema de los dedos). Una mayoría lo veía muy bien, pero también tenía sus detractores. En mi caso, la pega que le veía entonces, y que aún le sigo viendo, es un exceso de teoría. Sí, se ha escrito mucho sobre esto, se han sentado importantes bases, se han redactado recomendaciones, se han creado comisiones de alto nivel… Pero, ¿realmente se ha puesto en práctica todo eso? No lo sé... Mi experiencia me dice que, después de todo, lo que se está haciendo es la formación de usuarios de toda la vida y no tengo muy claro que esas nobles ideas del “espíritu crítico” o del “aprendizaje a lo largo de la vida” hayan pasado de los escritos teóricos o de las reuniones profesionales a la cruda realidad.

Con las redes sociales, otro de nuestros nuevos nichos de trabajo, me parece que está ocurriendo exactamente lo contrario. En muchas ocasiones, la presencia de las bibliotecas en esos medios se ha debido a la iniciativa de algunos entusiastas que se “tiraron a la piscina”. Es decir, que se fue directamente a lo práctico sin muchas veces plantearse previamente qué es lo que se quería hacer. Ahora, muchos años después, es cuando hay quienes están empezando a teorizar sobre el asunto. Y no digo que esté mal, pero es que me da la sensación de que estas teorías no tienen el mejor de los orígenes. Por un lado, si analizamos la “rentabilidad”, sea en el término que sea, de lo que estamos haciendo en las redes sociales, está claro que de lo que se trata es de “justificar”. Y en nuestros tiempos ya sabemos lo que eso significa: esta era neoliberal considera por defecto “superfluo” todo gasto –aunque solo sea de horas de trabajo- que no sea imprescindible y cada vez hay menos cosas que se consideren imprescindibles. Por otro lado, el fenómeno del “gurú”, que siempre ha existido, se ha exacerbado en este mundo hiperconectado y seguro que hay quien quiere pasar a la historia por ello. Y el mero hecho de que a alguien se le considere un “gurú” no le exime de decir disparates, con el agravante de que muchos los verán como una especie de evangelio y se señalará con el dedo al discrepante. Por tanto, mi impresión es que esos intentos de teorizar llevarán a pocas conclusiones útiles.

Sí que es necesario planificar y racionalizar; la época de la anarquía pasó a la historia y, aunque creo que no se debe prescindir totalmente de ese elemento anárquico que es uno de los principales atractivos del mundo 2.0, ha de haber cierto control. Estimo que el modelo de gestor de comunidades único no es el más adecuado en centros como las bibliotecas, en las que todos y cada uno de sus trabajadores tiene como misión manejar información y ponerla a disposición de los usuarios. Todos en la biblioteca hemos de ser gestores de comunidades y por ello ha de haber unas pautas de uso y unos criterios que indiquen de qué se compondrá el flujo informativo en esas herramientas. Pero sin pasarse, sin interminables y poco operativas comisiones de trabajo y teorizando lo justo, no sea que esto se convierta en algo parecido al célebre partido Alemania – Grecia de los Monty Python, en el que, de tanto pensar, el balón no se mueve hasta que alguien se decide a correr.